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Una foto para la historia

Una foto para la historia

Las imágenes de la Sala de Situación de la Casa Blanca captan la gravedad moral del momento

Podemos imaginar la foto que no hemos visto y que la Casa Blanca no quiere que veamos. Hace las veces de prueba definitiva: la de que era Osama bin Laden quien fue abatido por dos disparos a la cabeza. Tiene el morbo de la sangre y el simbolismo primitivo de los despojos del enemigo cazado, y por eso Obama no quiere que se vea. Al menos por el momento, porque en los tiempos en que vivimos sabemos que más pronto o más tarde terminará saliendo. Pero poco cabe esperar de esta imagen convertida en tabú. Hay otra foto, en cambio, que ya hemos visto y que es la buena. No hay cadáver, no hay ejecutores, solo un grupo de personas que mira a una pantalla. Pero esa es la imagen del momento histórico, que la mayor parte de medios de comunicación dieron en sus primeras páginas y fue tomada por Pete Souza, el jefe del equipo de fotógrafos de la Casa Blanca.

La difusión de la foto desató la imaginación. Lo primero que venía a la mente es que este puñado de hombre y mujeres estaba siguiendo las imágenes en directo del asalto a la mansión de Bin Laden en Abottabbad. Luego hemos sabido que seguían la retransmisión desde Langley, donde está el cuartel general de la CIA, a cargo de su jefe, Leon Panetta. Este hombre de 72 años fue jefe de gabinete de Bill Clinton y Obama le encargó la dirección de una CIA desmoralizada por sus errores sobre las armas de destrucción masiva y por las críticas a sus métodos de detención e interrogatorio durante la etapa de Bush. Ahora, después de esta brillante acción que lava el prestigio de la agencia, Panetta se convertirá en secretario de Defensa, en sustitución de Robert Gates, otro de los presentes en la sala.
En este personaje que no se ve, pero al que miran todos los otros, se hallan muchas claves del momento histórico. Con Panetta la CIA se ha hecho cargo del grueso de las acciones cruentas contra los talibanes y contra Al Qaeda, en la frontera afgano-paquistaní, mediante el bombardeo por aviones no tripulados teledirigidos desde el cuartel general en Estados Unidos. Este veterano político es el responsable de decenas, si no centenares, de los denominados asesinatos selectivos de dirigentes y combatientes terroristas, un tipo de acción que está sustituyendo cada vez más a las actuaciones presenciales sobre el terreno.

Así, pues, en esta foto oficial difundida por el Gobierno se puede ver todo sin que se vea nada. La gravedad de los rostros. La mirada fijada con extrema atención en la pantalla. Hillary Clinton con la mano cubriéndose la boca, en un gesto que puede ser casual pero que se identifica con la angustia contenida. Dos personas poco conocidas, Tony Binken, consejero de seguridad del vicepresidente, y Audrey Tomason, directora de contraterrorismo, que tienen que esforzarse para ver por encima del hombro del jefe de gabinete de Obama, Bill Daley. No se ve en la foto, pero han contado luego fuentes de la Casa Blanca que en ese momento el vicepresidente Joe Biden, que es católico, tiene un rosario en las manos. Solo uno de los personajes no mira a la pantalla, porque teclea atareado sobre el ordenador: es precisamente el único que se puede identificar como militar, el general Brad Webb, jefe de los comandos especiales que estaban realizando la operación.

En esa sala de cortas dimensiones, la famosa Situation Room tan bien contada por la serie televisiva El Ala Oeste de la Casa Blanca, hay otro militar, con su camisa caqui pero sin chaqueta ni condecoraciones, que es el jefe de la Junta de Estado Mayor, el almirante Mike Mullen. Pero no nos hemos entretenido todavía en el rostro del presidente, donde puede adivinarse la máxima concentración. Toda la gravedad del momento, palpable en la imagen de grupo, se halla resumida en la seriedad y la mirada de Barack Obama, el hombre que tomó la decisión, el responsable último de quitar la vida a otro hombre.

El poder soberano es el poder para matar, que nadie se engañe. Para acceder a la máxima responsabilidad de un país, al menos de uno como Estados Unidos, hay que estar preparado para dar una orden de muerte. Obama prometió cerrar Guantánamo y dar la orden de matar a Bin Laden si tenía ocasión. Esta decisión estaba tomada desde el principio, y nadie puede decir que ahora Obama haya quebrado una promesa. Normalmente, gobernar es escoger y arriesgar entre distintas gradaciones del mal, no entre el bien y el mal. Desde la máxima ingenuidad bondadosa o desde la perversión se presentan las cosas en blanco y negro, pero el político consciente que asume su responsabilidad sabe que no es así como son las cosas. El peso del riesgo y de la decisión trágica puede leerse también en la seriedad trágica de Obama ante su fotógrafo.

Lluís Bassets en El País.

El horizonte federal de España

El horizonte federal de España

La sentencia sobre el Estatuto catalán no cierra la puerta a la federalización, sino a la confederación

El federalismo es una técnica ajena a la ideología del nacionalismo

La Constitución de 1978 ha permitido resolver con indudable éxito la mayor parte de los problemas que durante los dos últimos siglos dividieron a los españoles: la controversia sobre la forma política (Monarquía o República), la cuestión social, la constante intervención del Ejército en la vida pública, la separación Iglesia-Estado, y, en definitiva, la ausencia misma de una Constitución normativa legitimada en la soberanía popular.

Hubo, sin embargo, un problema, el denominado regional o territorial, sobre el que no fue posible alcanzar un consenso. A falta de este, el constituyente de 1977-78 se limitó a recoger un "compromiso apócrifo", por utilizar la terminología de Schmitt, que en última instancia suponía un mero aplazamiento del problema. Y hoy, 32 años después, lamentablemente, seguimos como entonces.

Entre las muchas y diversas razones que explican el fracaso del constituyente a la hora de resolver el problema regional cabe subrayar el profundo desconocimiento por la clase política de lo que el federalismo significa. Ese desconocimiento perdura hoy. Solamente así puede explicarse el amplio espectro de reacciones adversas a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña y en las que se sostiene que el Tribunal impide la consolidación de nuestro Estado autonómico como un Estado federal.

El Derecho Constitucional Comparado nos pone de manifiesto que el federalismo es el mejor expediente para garantizar el pluralismo territorial en el seno del Estado Constitucional. España no es en este sentido una excepción. El federalismo ofrece los instrumentos para articular la diversidad en la unidad. Por ello, la pregunta que debemos formularnos es la siguiente: ¿es España ya un Estado federal? Y, si no, ¿qué reformas son precisas para que lo sea?

El Estado federal se distingue del Estado centralizado por reconocer el principio de autonomía política de los entes infraestatales que lo componen (Estados, regiones, comunidades autónomas). Allí donde este principio está establecido en una Constitución normativa y garantizado por un órgano de defensa de la Constitución, cabe hablar de federalismo. Esa autonomía política implica la facultad de autogobierno a través de normas propias emanadas de un poder legislativo infraestatal. La autonomía podrá ser más o menos amplia en función de las mayores o menores competencias que se atribuyan a los poderes regionales, pero siempre que exista nos encontraremos ante un Estado materialmente federal.

Desde esta óptica resulta evidente que España sería ya un Estado federal en la medida en que la autonomía está garantizada y consolidada. A mayor abundamiento, es una autonomía de una amplitud desconocida en el federalismo comparado. La extensión de las competencias regionales es de tal magnitud que a los poderes autonómicos corresponde la gestión de más de un tercio del gasto público.

Sin embargo, España presenta una singularidad que es la que la distingue de todos los demás Estados federales o compuestos existentes en el mundo. Esta diferencia es el denominado principio dispositivo cuyo significado y alcance son fáciles de comprender. En virtud de dicho principio, la Constitución española de 1978 no identifica las comunidades autónomas que conforman el Estado ni -lo que es más grave- cuál es el nivel de autonomía política de las mismas. Eso no ocurre en ningún Estado Federal del mundo. En todos ellos la Constitución Federal establece cuántos y quiénes son los titulares de la autonomía política y, por supuesto, cuál es el contenido de esa autonomía. Las consecuencias de ello resultan muy claras. En cualquier régimen federal, el aumento o disminución de las competencias de los poderes centrales o territoriales exige, inexcusablemente, una reforma de la Constitución.

En España, al no recoger la Constitución ni la relación de comunidades autónomas ni la amplitud de sus competencias, tales operaciones son diferidas a otras normas, los estatutos de autonomía. Ello permite que se pueda modificar la distribución del poder en España, una cuestión materialmente constitucional y que incumbe a todos los españoles, mediante la reforma de un estatuto de autonomía y sin necesidad de activar el procedimiento de reforma constitucional. De esta forma, el proceso constituyente permanece indefinida y peligrosamente abierto. Sobre los riesgos de esta situación nos advertía el profesor Tomás y Valiente: "Hay que dar por terminado el proceso constituyente. Un Estado no puede permanecer indefinidamente en proceso constituyente sin poner en riesgo la unidad de la sociedad política subyacente, la unidad de la nación. Si no se pretende conscientemente esa ruptura es imprudente desencadenar fuerzas que pueden conducir a ese resultado".

La consolidación de nuestro Estado autonómico como un Estado federal exige proceder al cierre del proceso constituyente mediante la supresión del principio dispositivo. Esto solo es posible mediante una reforma de la Constitución vigente. Reforma que por un lado, incluya en la Constitución los nombres de las 17 comunidades autónomas existentes y por otra, establezca directamente el reparto de competencias entre poderes centrales y territoriales. Los estatutos de autonomía, como normas institucionales básicas, se limitarían entonces a establecer la organización interna de la respectiva comunidad. Una tal reforma debería completarse con un diseño básico de instrumentos y órganos de cooperación multilateral imprescindibles para garantizar el eficaz funcionamiento del Estado, la lealtad institucional, y la cultura federal.

En definitiva, la existencia del principio dispositivo es lo único que distingue a España del resto de los países federales. Su supresión, por tanto, es también la única vía posible para alcanzar el horizonte federal.

Como acertadamente advierte el presidente del Consejo de Estado, profesor Rubio Llorente: "Hay que reformar la Constitución para acabarla". En este sentido, el horizonte federal se vislumbra como la meta a alcanzar mediante la reforma.

Pero ese horizonte federal no tiene nada que ver con "posiciones singulares", con "derechos históricos" ni con "realidad nacional" alguno. El federalismo es una técnica ajena por completo a la ideología del nacionalismo. Y ello porque el federalismo se levanta sobre dos principios: la igualdad entre los miembros de la Federación, y la lealtad. Sin embargo, cuando desde Cataluña se apela al federalismo lo que se está demandando es la transformación del Estado nacional en un Estado plurinacional, la sustitución del principio de igualdad federal por la asimetría (esto es, la desigualdad), el establecimiento de relaciones bilaterales en detrimento del principio de multilateralidad. Esas demandas nada tienen que ver con el federalismo y sólo pueden ser satisfechas mediante la sustitución del Estado actual por una Confederación de Estados.

En su sentencia sobre el Estatuto de Cataluña, el Tribunal Constitucional no ha cerrado la puerta a la federalización de España. Esa puerta sigue abierta, y es el procedimiento de reforma constitucional. Lo que ha cerrado, y lo ha hecho porque estaba obligado a ello, es el camino que conducía a la confederación.

Javier Tajadura Tejada es profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco y autor de El principio de cooperación en el Estado Autonómico.

Quiebra moral de la economía de mercado

Quiebra moral de la economía de mercado

Si la política no recobra su autonomía frente a los mercados financieros y la sociedad no es capaz de manifestar su indignación, no habrá límites a la especulación, la volatilidad financiera y la desigualdad

Uno. Los argumentos económicos son insuficientes para comprender las causas profundas del desastre que estamos viviendo. No solo ha habido "fallos" de la regulación financiera y "errores" de política, como dicen los economistas. Hay algo más intrigante: una quiebra moral del nuevo capitalismo que emergió en los años ochenta del siglo pasado.

Si no se toma en consideración esa quiebra moral es imposible comprender la crisis financiera de 2008. Y, lo que es más importante, tampoco se ven algunos de los destrozos que deja: la deslegitimación social de la economía de mercado; una deslegitimación que abarca a las políticas que están haciendo los Gobiernos.

Es descorazonador ver cómo se utiliza el argumento del too big to fail [demasiado grande para caer] con el fin de justificar el rescate público de los bancos y el mantenimiento del empleo y sueldo a los banqueros, haciendo pagar al resto la factura con sus impuestos y recortes de gastos sociales. Esa "medicina", además de culpabilizar a las víctimas, aumentará la desigualdad.

El riesgo es, entonces, el desprestigio de la política democrática y la aparición de problemas serios de gobernabilidad de nuestras sociedades.

Dos. Para comprender las raíces de esa quiebra moral, es necesario cruzar las fronteras del análisis económico y adentrarse en otras disciplinas que captan mejor los fundamentos éticos de la economía, basados en valores como la confianza, la equidad, la justicia o la buena fe en las relaciones económicas; y las consecuencias negativas de la desigualdad, el fraude, el expolio o la corrupción.

Esa convicción me ha llevado a coordinar un ensayo colectivo que en su propio título expresa esa necesidad: La crisis de 2008. De la economía a la política y más allá, editado en la colección Mediterráneo Económico de Fundación Cajamar (www.mediterraneoeconomico.com). Junto a la opinión de economistas, incluye la de filósofos, sociólogos, historiadores, periodistas, ensayistas y novelistas. Aunque sus miradas son diferentes, la polifonía de voces no desentona. Al contrario, ofrece una visión más comprensiva, en la que las voces de los economistas se ven complementadas por la de otros pensadores y científicos sociales.

Tres. Los economistas ofrecen cuatro tipos de explicaciones, no excluyentes entre sí, que descansan sobre la idea de "fallos", "errores" y "desequilibrios".

La primera, atribuye la burbuja de crédito y la asunción de riesgos a los "fallos" de la desregulación financiera que propició la desaparición del viejo modelo de banca prudente y aburrida, que mantenía el riesgo en su propio balance, y fomentó nuevas prácticas ("innovación financiera") que llevaron a la toma de riesgos excesivos para esparcirlos por todo el globo.

La segunda, se centra en los "errores" de una prolongada política de bajos tipos de interés practicadas en Estados Unidos (para evitar la recesión posterior a la explosión de la burbuja punto.com a inicios del 2000), y en Europa (para intentar sacar a Alemania de su anorexia posintegración).

La tercera se fija en los "desequilibrios globales", que hicieron que algunos grandes exportadores de manufacturas, como China y Alemania, en vez de consumir esos ingresos crearan grandes masas de ahorro (global savings glut) que financiaron la burbuja de crédito en EE UU y en la periferia europea.

Una cuarta explicación vincula la burbuja de crédito y la burbuja inmobiliaria con la desigualdad. Incapaces de hacerle frente mediante políticas redistributivas, los Gobiernos habrían utilizado el crédito barato y las políticas de desgravación a la vivienda para compensar la caída de ingresos de las clases medias y trabajadoras. El hecho de que la burbuja inmobiliaria haya sido más intensa en los países del Atlántico Norte, como España, parece apoyar esa hipótesis.

Cuatro. Los no economistas dirigen la mirada hacia otro lugar. Buscan las raíces de la crisis en una "quiebra moral" de la economía que se habría producido en los años noventa.

Estamos ante un fenómeno intrigante. Algo sucedió en los ochenta que invirtió la tendencia a la reducción de la desigualdad desde la II Guerra Mundial. A partir de los ochenta la distribución de la renta se hizo más desigual. Los ricos, especialmente en el sector financiero, se han hecho cada vez más ricos.

Las causas no están claras. Coincidió con cambios de diverso tipo: tecnológicos (las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones), económicos (la globalización), políticos (caída del muro de Berlín) e ideológicos (aparición de la ideología del mercado libre de trabas). Pero parecen haber tenido más influencia las políticas desreguladoras y la debilitación de instituciones que ejercían un cierto control social, como los sindicatos y los medios de comunicación.

La caída del muro de Berlín y del socialismo jugó un papel decisivo. Paradójicamente, no solo dejó huérfano de fundamento ético al socialismo, sino también al capitalismo. La vieja ideología calvinista, basada en la ética del esfuerzo y la responsabilidad individual, dejó paso a una nueva ideología donde la retórica de las "leyes impersonales del libre mercado" impediría juzgar la conducta de los actores desde una perspectiva moral. Es decir, la lógica del mercado haría desaparecer el libre albedrío y, por tanto, la responsabilidad individual. La economía quedaría así liberada de fundamentos éticos.

Esta falacia dio carta de naturaleza al "nuevo héroe" del capitalismo. Un personaje amoral, desacomplejado, libre de cualquier tipo de cortapisas, que lo quiere todo y ahora, que busca maximizar el valor de la acción y su rentabilidad inmediata, y no a la creación de valor económico a largo plazo. Además, se beneficia del paraguas del llamado "riesgo moral": sabe que las consecuencias negativas de sus acciones no las pagará él, sino la sociedad que vendrá a su rescate.

Los economistas han tenido un papel importante en esa quiebra ética. Aunque saben poco de cómo funciona el mundo real, practican una economía arrogante, basada en supuestos idealizados del comportamiento económico, que han utilizado para apoyar políticas de libre mercado. Solo una economía humilde, que reconozca que sabe poco sobre los mercados financieros, será fuente de progreso y estabilidad.

Cinco. Si es cierta esta quiebra moral de la economía, la pretensión bienintencionada de que corrigiendo los "fallos" de la regulación financiera será suficiente para acabar con las conductas amorales y meter al genio de la inestabilidad financiera dentro de la botella es un wishful thinking, una ilusión interesada.

La evidencia de que es una falsa solución está en la rápida reaparición de las mismas conductas de riesgo y sobresueldos protagonizadas por los responsables de las agencias de rating y de las instituciones financieras que causaron el desastre y fueron rescatadas con dinero público. Causa sonrojo ver la desfachatez con que vuelven a practicar las mismas conductas. No es que sean inmorales, son amorales. Practican un "fraude inocente".

Una salida estable y duradera a la crisis requiere una refundación moral del capitalismo. No creo que necesitemos otro capitalismo, pero sí necesitamos salvar al capitalismo de estos capitalistas. El problema es que la política ha perdido autonomía y capacidad para hacerlo. Causa desazón ver la confesión de impotencia de David Cameron en el Parlamento británico al señalar que su Gobierno no puede hacer nada para frenar esas conductas.

Pero si la política no recobra su autonomía frente a los mercados financieros, y la sociedad no es capaz de manifestar su indignación ante estas conductas, no habrá límites eficaces a la economía especulativa, a la volatilidad financiera y a la desigualdad.

De ser así, el mayor riesgo de la próxima década será la creciente ingobernabilidad de nuestras sociedades democráticas. Algunas señales apuntan ya en esa dirección.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

Después de Zapatero, el PSOE

Después de Zapatero, el PSOE

Los socialistas pueden tomarse con calma la sucesión. Necesitan un nuevo liderazgo, sí, pero para el próximo ciclo político, el que se abrirá tras la crisis. La clave entonces estará en menos personalismo y nuevas ideas

Las especulaciones sobre el tempo de sucesión del presidente, las maniobras de algunos posibles candidatos y la ansiedad de los cabeza de lista territoriales y locales no ayudan al PSOE. Y menos el debate sobre nombres, que perpetúa el legado más negativo de Zapatero: la concepción personalista, inorgánica, de la política.

El PSOE puede tomarse con serenidad la sucesión. El gran secreto de la política española es que las próximas generales son irrelevantes como predictores de la hegemonía política para después de la crisis. En Europa, quien gobierna pierde. Las condiciones políticas después de la crisis serán probablemente tan distintas de las actuales que lo que lleve, ahora o en el corto plazo, al poder será diferente de lo que permita alcanzarlo o mantenerlo en el futuro.

Es para ese próximo ciclo político, todavía nonato, para el que el PSOE necesita un nuevo liderazgo. Por tanto, puede posponer la pregunta sobre el candidato a una serie de reflexiones previas. Primera, ¿sucesión para qué?, es decir: ¿qué tipo de políticas deberá perseguir para dominar el ciclo poscrisis? Segunda, ¿qué modelo de poder?, es decir: ¿se quiere cambiar el hiper liderazgo de Zapatero por un liderazgo más orgánico? Tercera, ¿cuál es el proceso?, es decir: ¿cómo conjugar amortiguar el inevitable golpe electoral a corto con desarrollar candidatos de largo recorrido?

Para responder a la primera cuestión hay que partir del reconocimiento del vaciamiento ideológico que Zapatero ha operado en el PSOE. Canceló el eje tradicional de confrontación derecha-izquierda, el económico, y eligió competir solo en el eje de los valores. De dos maneras. Primera, privilegió los derechos ciudadanos, un grupo de valores importante pero de atractivo electoral limitado y, en cualquier caso, ahora ya conquistado gracias a él. Segunda, reemplazó cualquier otro posible discurso sobre valores por su estilo de liderazgo, pensando que podría atraer a la clase media solo con desplegar el carácter personal y político más opuesto posible al de Aznar. Sin embargo, las clases medias urbanas -las que permiten a un partido convertirse en pivote y así dominar un ciclo- se han ido moviendo, moderada pero sostenidamente, en una dirección conservadora, de un mayor reclamo de autoridad, en especial por el Gobierno y la Administración. La imagen de Zapatero, eficazmente ahondada por Rajoy, de tomarse la función gubernamental a la ligera ha sido devastadora.

Mientras que la respuesta a esta demanda social radica más en la capacidad del PSOE para cooptar élites para sus Gobiernos que en cambios importantes en su ideología, sí se avecina un choque de valores fascinante, que exige al partido una importante renovación de ideas. Tras la crisis, que está dejando el sabor amargo, políticamente todavía no expresado, del resentimiento por el destino desigual de las clases sociales durante la misma, dos son los valores principales que se van a confrontar. Por un lado, lo que será la apuesta del PP: el mérito como legitimador de las diferencias sociales. Por otro, la que debería ser la bandera del PSOE: la igualdad de oportunidades. Mientras que para el PSOE la refundación del eje económico es cognitivamente complicada, ya que carece siquiera de asomo de un paradigma económico alternativo al empresarial, la reconfiguración de su oferta de valores, incluyendo una menor preponderancia del republicanismo cívico, le será emocionalmente muy difícil, especialmente a la generación del presidente.

El segundo reto es el abandono del hiper liderazgo en el partido e hiperpresidencialismo en el Gobierno. No es fácil, porque nuestro sistema los favorece, por tres razones. Una sociológica: los dos grandes partidos españoles son, como toda gran organización, oligárquicos. Otra normativa: la sobreprotección que la Constitución otorga a los partidos refuerza la concentración de poder. Una tercera electoral: el personalismo creciente de las campañas, cuya expresión máxima fueron las dos últimas generales, cuando las siglas PSOE fueron postergadas en favor de la marca "ZP" en 2004 y de la todavía más estilizada "Z" en 2008.

El presidencialismo se acentúa porque el rol presidencial transforma a sus tomadores. A partir de su nombramiento, la preocupación primordial de los presidentes es su evaluación por la historia... porque ya están en ella. Cuando González decía que se gobierna desde Moncloa y no desde Ferraz asumía que el juicio de su presidencia iba a ser sobre su individualidad política. Cuando Aznar renunció a una tercera presidencia lo hizo desde el supuesto de que su lugar en la historia sería independiente del juicio que merecería su PP. Cuando Zapatero ha acumulado más poder que cualquiera de sus predecesores es para asegurar un proyecto irreductiblemente personal. Y cuando el presidente al que menos le ha importado la economía hace de esta, en coalición contra natura con grandes empresarios, su programa para su año final, es porque está pensando en su última oportunidad de pasar como estadista a la historia.

Pero Zapatero, más que ningún otro presidente, se ha constituido en figura diferenciada de su partido. En toda presidencia, las decisiones principales emanan principalmente de alguna combinación de sedes de poder: partido, Gobierno, staff de Moncloa, presidente, consejeros personales. Zapatero es el presidente que más ha desplazado la toma de decisiones hacia su persona y consiglieri. En contraste, González, hasta la salida de Guerra, y Aznar en su primera legislatura, se apoyaron en el trípode partido-Gobierno-Moncloa. De ahí su impacto. Por eso es necesaria una nueva articulación de la relación de poder entre el PSOE y su líder.

La reflexión sobre el modelo de liderazgo lleva directamente a la tercera reflexión clave señalada: la transición entre el corto y largo plazo del PSOE, una cuestión más amplia e importante que la del posible anuncio por el presidente de su renuncia a presentarse a otra presidencia, algo que la opinión pública ya ha asumido, o la nominalista de quién será el nuevo candidato.

El presidente tiene interés en que la sucesión salga bien. Conviene a su lugar en la historia. Cuenta además con la objetividad y distanciamiento de los que no tienen futuro político. Y no hay astucia táctica como la suya una vez los objetivos son claros. Seguramente acertará en los detalles del proceso, para el que no hay un solo trayecto ideal. Probablemente anunciará la renovación del liderazgo después de las elecciones de mayo, pero no inmediatamente, para que no parezca una consecuencia directa, y adoptará el rol de curador del proceso, para que el partido no dé imagen de desunión en las primarias (a los procesos de sucesión política les pasa como a la elaboración de salchichas: el público no debería poder verlos). Y seguramente seguirá gobernando hasta el fin de la legislatura, protegiendo así al partido, y a quien el partido elija candidato. Y contra sus instintos permitirá que alguien de una generación anterior sea su primer reemplazo.

Porque de todas las prioridades de Zapatero en su sucesión, la más importante es cuidar la relación entre generaciones socialistas. Porque ni la que desarrolló el oficio de ganar elecciones y gobernar con González, ni la que aprendió el primero de ellos con el actual presidente, podrá recorrer por si sola la transición de Zapatero al PSOE. La veterana de estas generaciones, en lo que será su last hurrah, es necesaria para reducir el castigo electoral, ofrecer imagen de oficio gubernamental y, más pragmática, centrar el partido. Pero como Moisés con la tierra prometida, el hecho biológico les impedirá liderar todo el recorrido del próximo ciclo político. Serán, por tanto, probablemente dos las sucesiones a Zapatero (a González fueron tres).  

A diferencia de los conservadores, que tienen ante sí la más fácil tarea de preservar el statu quo, la izquierda, para cualquier cambio social debe acumular cantidades ingentes de capital político. Nunca ha logrado una transformación relevante sin un estrecho alineamiento entre líder, dirigentes, partido y votantes con un mandato compartido de acción. Este fue el caso de los primeros Gobiernos de González para la europeización de España. Zapatero ha sido el presidente más individualista y, por tanto, el que menos ha cambiado la sociedad. Por eso, su sucesión ha de ser, principalmente, la de un hiperliderazgo a un liderazgo más compartido.

José Luis Álvarez es doctor en Sociología por la Universidad de Harvard y profesor de ESADE Madrid.

Los jóvenes y el futuro

Los jóvenes y el futuro

La crisis no cabe en un bolso de lujo

La crisis no cabe en un bolso de lujo

El negocio de productos exclusivos se repone con rapidez - Los ricos tienen menos miedo o vergüenza de gastar en caprichos - China lidera el aumento del consumo

En la calle Serrano, David Mougin, coordinador de las tiendas Loewe en Madrid, ofrece su gruesa tarjeta de visita con las dos manos y una leve reverencia asiática. Acaba de volver de China, donde la marca ha abierto 14 locales en los últimos 10 años. Está entusiasmado. En el móvil lleva cientos de fotos de su viaje. "¡Mira cómo son, por favor! Tan jóvenes, modernas y elegantes...", dice mostrando instantáneas de treintañeras chinas ataviadas con visones degradados y botas Ugg, que compran brillantes bolsos de colores como si no hubiese mañana. En una de las fotos, un cliente se prueba en Pekín una chaqueta de cocodrilo. Hombre chino menor de 45 dispuesto a gastarse 100.000 euros en una exquisita prenda que no necesita. Según todos los estudios, es la gran esperanza del mercado de lujo.

En otro lugar de Madrid una diapositiva muestra a un oriental tirando de una carretilla irónicamente alargada. Es el rig shaw-limusina, una metáfora para animar la presentación de AltaGamma 2011, el noveno Estudio global de bienes de lujo en el mundo de Bain & Company (financiado por la asociación de marcas de lujo italianas). "China está tirando del sector", dice Claudia D’Arpizio, portavoz de la consultora en un aula del Instituto de Empresa.

Lo más llamativo del estudio (que analiza ventas de 250 marcas en el mundo) es la increíble recuperación del sector. "Hemos pasado del infierno al paraíso en 18 meses", dice D’Arpizio. En 2009, el negocio cayó un 8%, pero desde esas Navidades y a lo largo de 2010 ha rebotado por encima del 10%. Las previsiones para 2011 alcanzan un nuevo crecimiento de entre el 5% y el 7%.

Las cifras más hiperbólicas son las chinas, donde hubo un "súpercomportamiento" incluso a lo largo de la crisis. En 2008, su mercado del lujo creció un 30%, en 2009 un 20%, en 2010 otro 30% más... "Tenemos China para 15 años", dice D’Arpizio. No está sola en sus previsiones. Según un reciente informe gráficamente titulado Bañados en oro (de CLSA Asia Pacific), en 2020 el 44% del mercado mundial de bienes de lujo y viajes estará en manos de consumidores chinos, frente al 15% actual. La razón es demográfica: los 670.000 millonarios chinos son de media 15 años más jóvenes que los europeos, estadounidenses o japoneses. Así que ni morirán pronto, ni se jubilarán vigilando más sus gastos.

La pasión china por el lujo es también sociológica. "Necesitan reforzar el nuevo orden social. Históricamente, las élites escalaban en el funcionariado; ahora, los productos de lujo son la prueba del éxito", explica María Eugenia Girón, autora del libro Secretos de lujo. "El respeto se consigue a través de relojes, joyería, ropa, coches y buenos vinos", suscribe el informe Bañados en oro.

Pero los chinos no están solos en su piscina dorada. Además de en países emergentes como Brasil, Rusia o India, el consumo del lujo ha repuntado en EE UU (un 12%) y en la vieja Europa (un 6%, con España por debajo de la media). Primero, porque la crisis no afecta a todos por igual. En 2009, con la economía global aún en recesión, el número de ricos del mundo aumentó un 17,1%, según Merrill Lynch/Capgemini. Estadísticamente, un rico es un HNWI, high net worth individual (individuo con alto poder adquisitivo), un tipo con activos de por lo menos un millón de dólares (720.000 euros) para invertir. Los superricos, ultra-HNWI, empiezan a partir de los 20 millones de euros disponibles y también aumentaron, en un 21,5%, en 2009.

Dicho esto, ellos también sufren. En 2008, el club de ricos y superricos perdió un número de miembros sin precedentes. Y el mercado del lujo sufrió en 2009 su annus horribilis particular: el mayor bache en 15 años, mucho peor que las contracciones tras el atentado del 11-S o la epidemia SARS, o síndrome respiratorio agudo y grave.

"El sector no es inmune a la crisis, simplemente sobreactúa; es más volátil y emocional", explica D’Arpizio. "Fluctúa el doble que las variaciones del PIB; cuando las cosas van bien, las élites compran más de lo que se pueden permitir, cuando van mal, dejan de comprar aunque aún puedan: es un sector muy vinculado a la psicología del consumidor". El deseo, el optimismo, la pérdida de confianza mandan. "En Europa la crisis no afectó tanto a los ricos, pero perdieron confianza, reaccionaron más por miedo que por pérdida de poder adquisitivo", explica D’Arpizio. "En EE UU, las clases pudientes dependen más de la Bolsa y sí que perdieron, pero además apareció el llamado luxury shame [complejo de ostentación]: parecía poco ético presumir, la crisis no era el momento de mostrar lo que tenías". Pasado el miedo y la vergüenza, "cuando vieron que no se acababa el mundo", el consumo se disparó. La austeridad de 2009 también incidió en el rebote de 2010: "Los consumidores necesitaban renovar sus armarios tras varias temporadas en blanco".

Vender no es igual a ganar. La mayoría de las marcas ha sentido la crisis en su facturación. Solo las más grandes (el 4% de las 250 analizadas por AltaGamma) salieron airosas gracias a un músculo internacional que se aprovechó del tirón asiático y a sólidas estructuras verticales que controlan hasta el punto de venta; es decir, no dependen de tiendas multimarca y distribuidores que con el pánico rebajan el precio de un producto exquisito que ha de venderse full price para resultar realmente rentable. Aun así, 2010 fue el annus mirabilis para algunos. El grupo Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH) facturó un 72,7% más (3.032 millones de euros de beneficios), Gucci ganó casi un 18% más, Hermés un 46% (421 millones).

En el parqué bursátil el lujo también brilla. "Estamos viendo subidas muy fuertes de todas las compañías", explica Jesús Domínguez, analista del Banco Sabadell. "El lujo es un sector con poca deuda y un animado movimiento corporativo". Las marcas de lujo cotizan normalmente con una valoración superior por las expectativas de crecimiento, y esa valoración se dispara cada vez que ocurre una adquisición, como la de Bulgari por LMVH la semana pasada. "Hay compañías en las que se está produciendo algo de burbuja", dice el analista.

Visto que no hay como lucir zapatos caros y bolsos de marca para sobrevivir a una crisis financiera global, ¿cuáles son las inquietudes del sector? "A medida que el mercado chino crece, hay más interés en desarrollar sus propias marcas", dice María Eugenia Girón, señalando que Hermés ya ha lanzado Shang Xia, inspirada en la artesanía local. "Esta es de las pocas industrias en las que Europa tiene una ventaja competitiva", afirma la experta. "A Inditex le puede salir un competidor chino", dice el analista del Banco Sabadell, "pero en el segmento del lujo los valores de tradición, calidad y exclusividad complican las cosas; un comprador chino quiere un Mercedes precisamente porque se fabrica en Europa y porque muy pocos lo tienen en China". Cuando la tienda de Louis Vuitton en los Campos Elíseos cerró una hora antes las Navidades pasadas para no quedarse sin stock o cuando la lista de espera para comprar un bolso Kelly de Hermés (el que usaba Grace, a partir de 3.000 euros) es de más de seis meses, la valoración emblemática de estas marcas sube. "El lujo es la industria que nos acerca a nuestros sueños", sentencia Girón. Sueños que no nos gusta compartir demasiado.

Además de mirar hacia el Este -Prada saldrá a Bolsa en Hong Kong, cada vez más compañías colocan a los directivos asiáticos en las vicepresidencias de sus juntas, y crecen los inversores de Asia que adquieren empresas europeas con problemas- las marcas necesitan mirar hacia delante. El desarrollo de la venta por Internet, aún marginal, será clave en el futuro, sobre todo teniendo en cuenta la juventud de los nuevos ricos asiáticos.

En la tienda de Loewe, en el corazón del reducido mercado del lujo español -que mueve 3.600 millones de euros y se alimenta en parte del turismo- Mougin explica por qué un bolso de cocodrilo cuesta más de 12.000 euros. Piezas sin costuras, rematadas a mano, detalles personalizables... hasta el interior del bolsillo más recóndito está forrado con napa tan suave como la piel de un bebé. "Cierra los ojos y mete la mano", dice Mougin, abriendo las fauces-cremallera del cocodrilo, "esa ilusión que acaricias es el verdadero lujo". El bolso es uno de los favoritos de los turistas chinos que están sustituyendo a los japoneses de antaño. "Prefieren colores más vivos", dice Mougin, "y no les gusta nada el pitón, por superstición".

China también ha llegado a la calle Serrano.

Patricia Gosálvez para El País.

Benditos ignotos

 

Benditos los ignotos,

los que no tienen página

en internet, perfil

que los retrate en facebook,

ni artículo que hable

de ellos en wikipedia.

Los que no tienen blog.

Ni siquiera correo

electrónico, todo

les llega, si les llega,

con un ritmo más lento.

Tienen pocos amigos.

No exponen sus instantes.

No desgastan las cosas

ni el lenguaje. Network

para ellos es malla

que detiene la plata de los peces.

Benditos los que viven

como cuando nacieron

y pasan la mañana oyendo el olmo

que creció junto al río

sin que nadie

lo plantara.

Benditos los ignotos

los que tienen

todavía

intimidad.

Juan Antonio González Iglesias

 

El mayor desmán financiero de nuestra historia

El mayor desmán financiero de nuestra historia

Vamos a privatizar la mitad local y social de nuestro sistema a precios de saldo y desguace

Tengo en el cuerpo la incómoda sensación de que estamos a punto de cometer el mayor desmán financiero de nuestra historia: la entrega de la mitad, ¡la mitad!, del sistema financiero español, a precios de saldo y desguace, a bancos, inversores privados y "fondos buitres", como les llama un conocido y reputado analista financiero, José Carlos Díez, en su blog.

Quizá este malestar es debido a un arrebato de patriotismo. En cualquier caso, las consecuencias serían muy importantes. Primero, una concentración desmedida y una disminución significativa de la competencia bancaria, cuyos perjudicados serán familias, profesionales y pequeñas y medianas empresas. Segundo, la aparición de riesgo de exclusión financiera para personas con baja cultura financiera, que tenían en la proximidad de las oficinas de las cajas un servicio público que los bancos no prestarán. Tercero, la pérdida de la Obra Social de las cajas, que actúa como un segundo Estado de bienestar, al atender a situaciones sociales adonde no llegaban las políticas públicas. Y, cuarto, la pérdida de un instrumento de dinamización cultural, especialmente en zonas pobres o alejadas.

El valor económico que se perdería para la sociedad en su conjunto sería inmenso. Muchísimo mayor que el valor patrimonial o contable, que es lo que ahora está en juego.

Si queremos preservar ese valor económico, la solución no es la fuga hacia delante, para entregarlas a inversores privados. La solución es la vuelta atrás, hacia lo que nunca deberían haber dejado de ser.

Las cajas son una institución financiera peculiar. Su mercado geográfico natural es el local y provincial. Y su función natural el crédito a las familias y pymes. Ese mercado y esa operativa eran coherentes con una específica estructura de propiedad distinta de la de los bancos.

Ha sido una historia de éxito, hasta ahora.

A esta situación se ha llegado a través de un largo camino de despropósitos. Son muchos los que han colaborado: legisladores, autoridades, reguladores, supervisores y las propias cajas.

Legisladores, autoridades económicas y monetarias han puesto un empeño digno de otras causas en liberalizar las cajas para romper sus fronteras geográficas naturales y dejar que hicieran todo lo que hacían los bancos. No midieron los riesgos. Esa libertad que se otorgó a los directivos chocaba con la lentitud de sus órganos de gobierno a la hora de tomar decisiones en momentos de crisis.

Los directivos aprovecharon esa liberalización para una expansión irresponsable y para concentrar las inversiones en inmuebles y suelo. Como los depósitos de los impositores no daban para financiar la expansión crediticia, se endeudaron hasta las cejas en los mercados europeos de capital. Riesgo inmobiliario y alto endeudamiento ha sido un cóctel explosivo.

Lo más sorprendente es ver cómo el supervisor, el Banco de España, dejó crecer ese riesgo y endeudamiento. Su labor de vigilancia y supervisión ha sido manifiestamente mejorable. La situación actual cuestiona su labor, al menos hasta 2007. No vale ahora echarle la culpa a la "politización" de las cajas. No puede lavarse las manos. Alguna explicación merecen los españoles y que la autoridad bancaria les diga qué hará en el futuro para desarrollar mejor su función.

Las autoridades autonómicas y locales han puesto su grano de arena. Al buscar una solución en los matrimonios endogámicos han empeorado la situación. La unión de dos contagiados no da lugar a uno sano.

Finalmente, el Gobierno ha estado creyéndose durante demasiado tiempo su propia mentira: que teníamos el mejor sistema bancario del mundo mundial. Faltó diagnóstico precoz para ver el contagio y diligencia en la aplicación de la medicina que tenía a mano: el propio Fondo de Garantía de las Cajas y el FROB. Ahora todo son prisas y precipitaciones. Y así nos va.

La solución para preservar el valor económico que las cajas tienen para la sociedad y la economía española es la intervención temporal y la depuración de responsabilidades. Esa intervención no debería llevar aparejada la obligación de conversión en bancos. Al contrario, debería forzar a las cajas intervenidas a dar un paso atrás: volver a recuperar su ámbito de negocio natural. No es imposible. Así se ha hecho en otros momentos de reforma bancaria.

¿Cuánto costaría la intervención? La vicepresidenta Elena Salgado ha estimado que unos 20.000 millones adicionales, incluyendo bancos. En total, un 3% del PIB. Cantidad manejable, y más productiva que los gastos faraónicos en el AVE. Y menor del 6% del PIB que costó la intervención del sector privado bancario en los años ochenta, desde Rumasa hasta Banesto. En todo caso, ese coste no es nada comparado con el valor económico que se perdería con la desaparición de las cajas.

Creo que vale la pena salvar las cajas. Si no, el epitafio de los historiadores de nuestro sistema financiero será que "entre todos la mataron, y ella sola se murió".

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona.