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La sabiduría de la inseguridad

La seguridad surge cuando uno asume su mas radical inseguridad

He aquí una persona que sabe que dentro de dos semanas tiene que operarse. En ese intervalo no siente dolor físico alguno, tiene comida abundante, está rodeado de amigos y de cariño, sigue haciendo un trabajo que de ordinario le interesa mucho. Pero el miedo le ha quitado la capacidad de disfrutar de esas cosas. No tiene ojos para las realidades cercanas a su alrededor. Su mente está preocupada con algo que aún no ha llegado. No es como si estuviera pensando en el asunto en plan práctico, tratando de decidir si se opera o no, o haciendo planes para su familia y sus negocios en caso de muerte. Estas decisiones ya se han tomado. Está sencillamente pensando en la operación de manera totalmente inútil que echa a perder la alegría del momento presente y no contribuye nada en absoluto a resolver ningún problema. Pero no puede remediarlo.

Es un problema típicamente humano. El objeto que inspira miedo no hace falta que sea una operación a corto plazo. Puede ser el problema del alquiler del mes que viene, o la amenaza de guerra y calamidades sociales, la duda de poder ahorrar suficiente para la vejez o, finalmente, la muerte. Lo que le agua la fiesta a la persona puede que no sea tampoco el miedo al futuro. Puede que sea algo pasado, el recuerdo de alguna pena, alguna falta o indiscreción, que envenena el presente con el resentimiento o la culpabilidad. El poder de la memoria y de la expectación es tal que, para la mayor parte de los seres humanos, el pasado y el futuro no son tan reales, sino más reales que el presente. No podemos vivir felizmente el presente hasta no haber limpiado el pasado e iluminado en promesa el futuro.

No cabe duda de que el poder de recordar y prever, de poner en orden el caos disparatado de momentos aislados, es un logro maravilloso del sentir humano. En cierto modo, es el mayor logro del cerebro humano, que le da al hombre una fuerza extraordinaria para sobrevivir y adaptarse a la vida. Pero la manera como de ordinario utilizamos este poder hace que más bien destruya todas las ventajas que trae. De poco sirve poder recordar y prever, si eso nos hace incapaces de vivir plenamente el presente.

¿De qué sirve poder preparar de antemano los menús de la semana que viene, si luego no puedo disfrutar de la comida cuando llega? Si estoy tan ocupado en pensar qué voy a comer la semana que viene que no puedo disfrutar del todo con lo que estoy comiendo ahora, tendré el mismo problema cuando las comidas de la semana que viene se conviertan en ahora.

Si mi felicidad en este momento consiste, en gran parte, en pasar revista a memorias y esperanzas felices, sólo puedo estar muy débilmente en contacto con el presente cuando las maravillas que esperaba lleguen a suceder. Porque para entonces me habré acostumbrado a mirar adelante y atrás, y me habré incapacitado a mí mismo para ocuparme del aquí y ahora. Si al estar en contacto con el pasado y el futuro pierdo contacto con el presente, ha llegado el momento de preguntarme si es que vivo o no de veras en el mundo real.

A fin de cuentas, el futuro no tiene sentido ni importancia, a no ser que, más pronto o más tarde, haya de pasar a ser presente. Planear para un futuro que no va a convertirse en presente es tan absurdo como planear para un futuro que, cuando llega, me encuentra "ausente", mirando por encima de su hombro, en vez de mirarlo a la cara.

Esta modalidad de vivir en la fantasía de la esperanza, en vez de la realidad del presente, es la especialidad desastrosa de esos hombres de negocios que viven exclusivamente para hacer dinero. Muchas personas adineradas entienden mucho más sobre cómo hacer y ahorrar dinero que cómo usarlo y disfrutarlo. No llegan a vivir, porque siempre se están preparando a vivir. En vez de ganarse la vida, se están ganando ganancias, y así, cuando llega el tiempo de aflojar y pasarlo bien, son incapaces de hacerlo. Muchos hombres "de éxito" se aburren y lo pasan pésimamente cuando se jubilan, y otros continúan con su trabajo sólo para impedir que alguien más joven que ellos ocupe su puesto.

Éste, pues, es el problema humano: por cada aumento de sensibilidad hay que pagar un precio. No podemos hacernos más sensibles al placer sin hacernos más sensibles al dolor. Recordando el pasado podemos prever el futuro. Pero la capacidad de prever el placer queda anulada por la "capacidad" de temer el dolor y estremecerse ante lo desconocido. Además, al desarrollar un fino sentido del pasado y futuro, debilitamos el sentido del presente. En otras palabras, parece que hemos llegado a un punto en que las ventajas de ser consciente quedan contrapesadas por las desventajas, ya que la extremada sensibilidad nos hace inadaptables.

En esas circunstancias, nos encontramos en conflicto con nuestros propios cuerpos y el mundo a su alrededor, y llegamos a la consolación de poder pensar que en este mundo somos sólo "extranjeros y peregrinos". Porque, si nuestros deseos no están de acuerdo con nada de lo que el mundo finito puede ofrecernos, parece seguirse de ahí que nuestra naturaleza no es de este mundo, que nuestro corazón está hecho no para lo finito, sino para lo infinito. La insatisfacción de nuestras almas podría ser el signo y sello de su divinidad.

Allan Watts

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