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Haití, ¿qué te queda?

Haití, ¿qué te queda?


Haití, ¿qué te queda? La tierra se ha tragado las vidas de tus hijos e hijas. Los cadáveres se cuentan a miles; cuerpos rotos bajo restos de edificios desgajados. Entre la humareda de polvo, un hombre saliendo de entre los escombros, un niño desnudo en sus brazos. El niño, aterrado, se aferra al hombre que le ha salvado la vida.

Sus ojos, exhaustos por la angustia de las horas enterrado bajo los bloques de hormigón, apenas cuentan con lágrimas en las que hablarnos de su miedo y su dolor ante esta vida que le ha sido ahora devuelta.
Los periodistas nos hacen llegar la desesperación y el vacío de los que han sobrevivido. Una niña de 15 años no se despega noche ni día de la montaña de piedras en la que se ha visto convertida su casa. Su familia yace enterrada bajo las pesadas planchas destrozadas de paredes, tejado y columnas de hormigón. Junto a uno de los hospitales descansa una niña con una venda manchada de sangre seca cubriendo la herida de su cabeza. Salvó su vida, pero no le queda nadie. Sus vecinos le han confirmado que su madre, tía y hermana no sobrevivieron, y que no se sabe nada de su padre.

¿Qué queda de ti, Haití? Quedan más de 100.000 familias rotas por la pérdida irremplazable de hijos, hijas, padres o madres. Quedan 3 millones de personas golpeadas por las heridas del terremoto. Quedan noches de pesadillas sin techo que los proteja, días de espera en los hospitales sin analgésicos que alivien el dolor, la anarquía y el pillaje amenazando las calles de Puerto Príncipe. El silencio ante lo inexplicable y lo impensable es arrebatado por los gritos de desesperación y de dolor. ‘La vida se nos ha ido, la vida de los que más queríamos’.

Entre las imágenes que más me han impactado estos días, me queda en la retina la de un hombre con el rostro roto por las lágrimas y el duelo ante el frágil cuerpo sin vida de un niño de 3 años que carga consigo. Al fondo un edificio derrumbado. La gente paralizada; no hay palabras con las que describir el dolor de un padre por la pérdida de un hijo. Y la fe en que Dios está ahí, de alguna manera tiene que estar ahí: ¡¡el Señor de la vida tiene que estar ahí, donde la vida de sus hijos e hijas está siendo amenazada!! Haití, contigo han de estar en estos días Sus ojos y Sus manos.

¿Qué queda de ti, Haití? Deseo que a ti quede la fuerza suficiente para luchar, y que nosotros tengamos corazón para unirnos como sea a vosotros en esta lucha.

Juanjo Aguilar, SJ en pastoralsj.org

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