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cuatrodecididos

Sobre la ciudadanía


Por ANTONIO GARRIGUES WALKER
| LA TERCERA DE ABC |

... La guerra de palabras en torno a los conceptos de nación, nacionalidad y autodeterminación ha llegado a sus cotas máximas y ha dado lugar a una dialéctica negativa y perversa...

QUE nadie se inquiete en exceso ni se deje invadir por el pesimismo. A pesar de los pesares y de las apariencias, las cosas en España acabarán yendo bien, e incluso muy bien.

Soy de los que piensan que el terrorismo, en todas sus formas y variantes, desaparecerá del País Vasco, en gran parte por la eficacia policial a lo largo de muchos años, y en parte por el proceso de paz que, gracias a esa eficacia, se ha puesto en marcha, pero también, y en estos momentos sobre todo, porque desde el 11-M se han producido cambios sociológicos profundos que han convertido en radicalmente inaceptables estas formas de barbarie, verdaderamente cobardes e indignas. Los terroristas ya no pueden seguir matando. Han perdido, para siempre, una «razón de ser» que se habían fabricado con auténtica desfachatez intelectual. No se puede excluir, desde luego, que alguna facción o algún fanático lo intenten o incluso que lo logren, pero serán acciones muy aisladas que provocarán una reacción contundente. En resumen: se logrará la liquidación definitiva del terrorismo, se alcanzará la normalización de la vida democrática en el País Vasco y surgirá entonces un nuevo marco político del que emanarán nuevas alternativas, y se mejorarán las oportunidades en todos los terrenos, incluyendo el económico. Es este un primer dato -y no ciertamente menor- para el optimismo.

El segundo se centra en el desarrollo del modelo territorial, que acabará siendo substancialmente mejor que el que tenemos actualmente porque los nuevos estatutos acentuarán y multiplicarán los decisivos impulsos políticos, económicos, sociológicos y culturales que se han producido en todas las autonomías. El modelo autonómico -ya nadie lo niega, ni siquiera los agoreros del desastre en aquella época- ha sido el mejor instrumento para un desarrollo democrático intenso y serio. Ahora se trata de profundizar en ese modelo, de buscar nuevas fórmulas de solidaridad, de establecer objetivos más amplios, de generar un clima de competencia y exigencia que aumente la eficacia y las oportunidades de las distintas comunidades, sin que ninguna de ellas abuse de su posición o se quede dormida en su pobreza o en sus laureles. Todo eso se puede hacer, y así estaremos en el camino correcto. Es mucho mejor, infinitamente mejor, tener una nación multipolar al estilo federal alemán que una nación centralista al estilo francés.

La guerra de palabras en torno a los conceptos de nación, nacionalidad y autodeterminación, ha llegado a sus cotas máximas y ha dado lugar a una dialéctica negativa y perversa que ha acabado convirtiendo este tema en uno de los ingredientes básicos de la radicalización política. La razón inicial es muy simple: ni los nacionalistas han iniciado aún un mínimo proceso antidogmático y autocrítico -a pesar de que se han pasado, en verdad, muchos pueblos- ni los no nacionalistas y los centralistas acaban de entender el modo inteligente de relacionarse con personas y partidos que piensan, en parte con razón, que para poder existir tienen que mantener procesos reivindicativos permanentes. Como consecuencia de ello y de otros temas, la ciudadanía no ha tenido la menor oportunidad de escuchar debates mínimamente cultos y civilizados sobre unas cuestiones sin duda complejas, pero perfectamente explicables y entendibles. Las vulgaridades, los simplismos y las necedades que hemos tenido que soportar han llegado a límites dramáticos, de un lado, y cómicos de otro. Ha sido una auténtica vergüenza.

La buena noticia es que la ciudadanía ha sabido responder siempre con inteligencia y con sensatez a todas esas situaciones y es lógico pensar que lo seguirá haciendo en el futuro. Veamos los últimos ejemplos. El 1 de febrero del 2005 el pleno del Congreso español rechazó por 313 votos en contra, 29 votos a favor y 2 abstenciones el llamado plan Ibarretxe que el 30 de diciembre de 2004 había sido aprobado, «por los pelos», en el parlamento vasco gracias a la ayuda, por sorpresa, de Batasuna. El lehendakari reaccionó al rechazo de su plan por el Congreso español diciendo que «seguiré adelante y daré voz al pueblo vasco», y a los pocos días anticipó las elecciones autonómicas al 17 de abril de ese año. En el curso de la campaña insistió reiteradas veces en que quería escuchar «un clamor popular» que se concretara en «una mayoría amplia para coger fuerza en la negociación con el Estado». No escuchó el clamor ni obtuvo la mayoría. Por de pronto, aumentó la abstención y el PNV perdió voto popular y dos escaños, mientras que el PP (aunque también perdió votos y escaños) y el PSOE juntos obtuvieron la mayoría. Todos los análisis coincidieron en concluir que estos resultados liquidaban políticamente el plan Ibarretxe y abrían un nuevo ciclo profundamente distinto.

El referéndum sobre el estatuto de autonomía de Cataluña es el ejemplo más reciente. El debate sobre el mismo fue más amplio incluso que el que tuvo lugar sobre el plan Ibarretxe, y todas las instituciones y partidos catalanes y españoles se posicionaron sobre el tema con la ayuda de una legión de expertos jurídicos, económicos y políticos. El ambiente se fue crispando día a día y llegó a tener connotaciones y efectos visibles, como la reducción de ventas de productos catalanes en España. Todo el mundo hablaba y opinaba, día y noche, sobre el estatuto. Pero cuando llegó el momento resultó que el estatuto fue aprobado muy claramente (73,90 por ciento), aunque el 50,64 por ciento de los ciudadanos se abstuvo de participar en el referéndum «más decisivo para la historia de Cataluña». Esta abstención ha sido justificada y minimizada con todo género de argumentos -algunos de ellos ciertamente validos-, pero incluso los representantes de los partidos políticos que defendieron el sí han reconocido que el exceso de tacticismos y oportunismos, la carrera absurda por presentarse como más nacionalistas que nadie y la incapacidad para explicar el propio estatuto habían generado, al principio, un absoluto desconcierto y luego un hartazgo profundo en la ciudadanía, un aburrimiento letal, que acabó alejando a los potenciales votantes de las urnas. Fue una manera elegante de decir -como se le dijo al lehendakari- sí, pero no tanto; sí, pero con prudencia y con sensatez; sí, pero para obtener más y no menos.

Ándense, pues, con cuidado, con muchísimo cuidado, los partidos políticos. La ciudadanía española es una ciudadanía madura, enriquecida en todos los sentidos, culta y sensible, que no va a tolerar que se pongan en peligro frívolamente ni sus conquistas democráticas, ni las sociales ni las económicas. Una ciudadanía que ya está realmente cansada de una radicalización -cada vez más intensa y cada vez menos justificada- que está generando daños muy graves a nuestra convivencia y a nuestros intereses. El PP y el PSOE tienen que volver a entenderse en temas básicos como la lucha contra el terrorismo y la estructura territorial. No es una cuestión estética. Es una obligación moral que debe prevalecer sobre cualquier interés partidista. No pueden seguir jugando con fuego.

Después del verano habrá que poner en marcha nuevas estrategias que busquen y obliguen al entendimiento y al consenso y que reduzcan las profundas fobias que andan circulando, y en especial las que afectan a la relación entre España, Cataluña y Euskadi. Si no avanzamos en el buen sentido, podría llegar a suceder que la ciudadanía española -como suele hacer la italiana- decidiera colocar en un «ghetto» a sus representantes políticos, para así aislarlos de la vida normal y evitar sus efectos nocivos. Pero eso, démoslo por seguro, no va a suceder. Las cosas acabarán yendo bien, incluso muy bien. Se puede incluso anticipar que después de las próximas elecciones autonómicas catalanas del 1 de noviembre, se iniciará -como consecuencia de unos pactos más lógicos- una época de mayor estabilidad política, sosiego social y eficacia económica. Será el momento, entonces, de afrontar decididamente nuestros muchos problemas y déficits reales que han quedado ocultos entre las manipulaciones y los sectarismos políticos.

Antonio Garrigues Walker es jurista

1 comentario

Pies Negros -

Es curioso y refrescante leer u oír una opinión optimista (sinceramente optimista...)sobre este tema. Tanto catastrofismo, tanto profetismo del desastre, a veces nos lleva a la indolencia y a la despreocupación. Gracias Alvariño! :)