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El derecho como placebo


Asistimos hoy a un profundo deterioro del Estado de derecho, y su característica más paradójica es que se realiza, precisamente, mediante la constante invocación del Derecho. Podría definirse, parodiando la lejana época del uso alternativo del Derecho, como la época del uso populista del Derecho ¿Y en qué consiste? En haberse llegado a convertir el proceso burocrático y parlamentario de producción de leyes en un mero discurso propagandístico, cargado de mesianismo y rasgos salvíficos, con el que los actores políticos hacen creer a la sociedad que curarán todos sus males. Hacer leyes se ha convertido en una operación de imagen, una actuación orquestada para convencer a la ciudadanía de que la incansable actividad y la omnipotente capacidad de los gobernantes resolverá cualquier género de problemas... mediante la producción incesante de nuevo Derecho. No bien los medios introducen en la agenda un nuevo problema, los políticos se lanzan ávidos a legiferarlo y prometen con ello nada menos que su definitiva erradicación. Da igual que se trate de maltrato de género, accidentes de tráfico, contaminación, abusos infantiles o la paz mundial; en cualquier caso, la respuesta del sistema político es "el Derecho a bote pronto".

Este uso populista del Derecho, como todos los mecanismos perversos, se retroalimenta indefinidamente. Pues a una sociedad compuesta de ciudadanos impecables (como los definió Rafael del Águila) le fascina la limpia exactitud de la ecuación "problema social = norma = juez = solución". De forma que, al cabo de poco tiempo, no concibe otro método de resolución de problemas que no sea la ley y la justicia. Esta demanda la abastecen los políticos, encantados, incluso un poco maravillados en el fondo, por la facilidad con que se aplaca la opinión pública, pero en cualquier caso entusiastas de un sistema que les permite demostrar una capacidad de gestión superlativa. ¿Se resuelven de verdad los problemas, qué pasa después con todas esas normas jurídicas? Parece que eso es lo de menos, pues lo importante es el efecto placebo que posee la actitud legiferante: la ciudadanía se siente atendida, al tiempo que el sistema político se legitima simplemente por su estajanovismo normativo.

El populismo es especialmente acusado en el terreno del Derecho Penal. Aquí se ha abandonado toda reserva, toda cautela y, también hay que decirlo, toda ideología, de forma que no hay cuestión desagradable que no pueda abordarse y tratarse mediante el Código Penal. Se trata sólo de tipificar como delito más y más conductas que se perciben vagamente como molestas o inadecuadas, exacerbar las sanciones, proclamar la "tolerancia cero" con el villano de turno, considerar como auténticos enemigos del género humano a categorías enteras de personas, borrosamente definidas. Hasta cierto punto, entraba en la lógica que esto acabara sucediendo: pues si se propala la idea de que al hacer leyes tenemos en las manos el más poderoso de los martillos, la opinión tenderá a percibir la realidad social como un conjunto de clavos precisados de ellas. Y, efectivamente, a pesar de que las estadísticas dicen lo contrario la sociedad está convencida de que la criminalidad aumenta, de que la inseguridad ciudadana crece. El discurso de la seguridad compra votos, no hay más que escuchar a los políticos. Y compra también... más Derecho Penal.

En la práctica médica los placebos no curan, pero tampoco causan daño a la salud. Desgraciadamente, en la práctica política el uso populista del Derecho como placebo ocasiona severos daños, tanto al Derecho mismo como a la democracia. Para tener un ejemplo de lo primero basta mirar en derredor y observar las distorsiones a que se conduce a la opinión pública respecto a lo que es un proceso penal. Estremece que las palabras que el tribunal dirige amenazador a un acusado ("le permito hablar lo justito para cumplir su derecho de defensa, nada más") pasen sin más comentario que el de alabar su mano firme y, en cambio, la limitación de palabra al Ministerio Fiscal cuando desea introducir cuestiones periféricas sea motivo de críticos editoriales que reclaman su libertad de expresión. Estremece que el clima de exaltación de la víctima como nuevo fetiche social llegue a hacer olvidar que el proceso penal es la Carta Magna de los delincuentes y no la Carta Magna de las víctimas. ¿Cómo es que estamos olvidando tan rápido una verdad que costó tantos años construir? ¿Simplemente por un discurso populista sobre "el enemigo"?

Los griegos consideraban como índice de degeneración de una politeya el crecimiento desmesurado de su acervo de normas y leyes: "Se gobiernan bien aquellos que se atienen a leyes establecidas de un modo sencillo, no los que prevén en las leyes todos los casos posibles, para provecho de los sicofantes", decía Eforo, según recoge Estrabón. En nuestras modernas sociedades, donde la complejidad normativa es consustancial, este aviso podría sin embargo aplicarse todavía: cuantas más leyes, menos y peor Derecho; cuanto más placebo populista menos conciencia ciudadana.

José María Ruiz Soroa

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