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Qué ciudad queremos

Qué ciudad queremos


Uno de los siempre interesantes artículos de Pilar de la Vega...


“La confusión está clarísima”. Es una de las muchas frases ingeniosas que dijeron los Luthiers en su última visita a nuestra ciudad. Desconozco si habían leído los periódicos antes de empezar su actuación en el Auditorio, pero al leerlos en los últimos días uno piensa y siente como ellos.

Hagan un ejercicio de memoria de los últimos días y concluirán que no sabemos dónde se va a construir la Romareda, o si se construye una nueva, porque tampoco está claro. Desconocemos cuánto va costar y, sobre todo, quién la va a pagar. Se acuerdan de cuantos proyectos se han realizado hasta ahora y cuál era su coste. Desconocemos los criterios de ubicación de la Ciudad de la Justicia. De repente nos enteramos por lo periódicos que quieren llevar todo el Campus universitario de San Francisco al meandro de Ranillas una vez concluida la Expo. ¡Qué difícil es que los ciudadanos podamos comprender todos esta serie de hechos!

Zaragoza concentra la mayor parte de la población de Aragón. Sin lugar a dudas, en ella están surgiendo y produciéndose decisiones políticas y económicas que afectan a toda la Comunidad. Nuestro crecimiento no nos puede hacer olvidar que nuestra ciudad debe de seguir siendo una sociedad organizada y regida por unas leyes.

Desde una perspectiva municipal el urbanismo es la dimensión más política y pedagógica que puede mostrarse ante los ciudadanos. El urbanismo tiene siempre tras de sí una teoría, una ideología y un modelo (o debe tenerlo). El resto del quehacer municipal o es algo instrumental o son servicios directos al ciudadano. De ahí el enorme atractivo que siempre ha tenido esta responsabilidad y el poder que sus detentadores siempre han querido ostentar y algunos han ostentado.

Me resulta difícil comprender como ha podido prosperar la idea de los expertos ultraliberales según los cuales todo el territorio de este país es edificable. Es como si España entera fuera un solar potencial. Argumentaban que ello abarataría el suelo y bajaría el precio de la vivienda. El resultado es evidente para todos nosotros: el suelo y la vivienda son más caros que nunca. A ello debemos añadir la pérdida de lo que era propiedad de todos para pasar a manos de unos pocos. Los ayuntamientos han buscado, a través de la recalificación de terrenos, fondos para financiar no se sabe que otra obras.

Pienso muchas veces dónde están esos responsables institucionales que luchaban por un urbanismo comprometido con la ciudadanía, con una forma de ser de la ciudad y de su entorno. Aquellos que creían en el patrimonio común y que pensaba que no era lo mismo que Zaragoza creciera por un lado que por otro, de una manera o de otra.

Pienso que la ciudad es una realidad estrechamente unida a un modelo y sus posibilidades. El gobernante, siguiendo el ejemplo de la Atenas de Pericles, debe mostrar y discutir con los ciudadanos el modelo de ciudad que pretende y la planificación de su realización. Esa, y no otra, es la importancia que tiene un Plan General de Urbanismo, porque es la ocasión que se da cada ocho o más años, para revisar y perfeccionar el funcionamiento de la ciudad. Pero el urbanismo tiene también una característica de enorme transcendencia: la puesta en valor de unos terrenos sobre otros y la distribución de usos y equipamientos en la ciudad.

Por otra parte el hecho de que muchos terrenos son de propiedad privada, puede traer como consecuencia plusvalías enormes para algunos particulares por causa de decisiones políticas. Y aquí está la cuestión clave de la especulación, tráfico de influencias, compraventa de voluntades y todo tipo de comportamientos irregulares. Toda la información aparecida con ocasión de las últimas elecciones en algunas Comunidades y ciudades son un ejemplo magnífico, digno de estudio, del comportamiento irregular. Y si nos atenemos a dichas informaciones parece que sea habitual en la práctica política.

Considero fundamental recuperar la confianza y la ilusión de los ciudadanos en el trabajo de los políticos para ello es necesario que los responsables de hacer ciudad se sintieran como un demiurgo platónico: capaces de generar felicidad y bienestar a sus ciudadanos. Ellos tienen en sus manos el placer y el honor que supone que de sus decisiones se derive una ciudad con servicios y equipamientos. Y que éstos signifiquen dignidad y calidad de vida cotidiana para sus habitantes.

Si quieren emular a Pericles deben de procurar la participación de los ciudadanos en la creación de la ciudad. El gobierno de la ciudad tiene que estar próximo a sus ciudadanos y abierto a sus necesidades y demandas, buscando la participación de todos en obtener el bien común. Para lograrlo es necesario que se conozcan todos los desarrollos urbanísticos y deben estar sometidos al control público y al interés general. Apuesto por hacer una ciudad que busque su equilibrio ambiental y los nuevos espacios de centralidad, sin descuidar sus señas de identidad labradas a lo largo de su historia.

Pilar de la Vega

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