Las tres dimensiones de la Congregación General
Una "tercera" de Abc sobre la Congregación General 35 de la Compañía de Jesús...
ESTA mañana y en la Iglesia madre del Gesú, los 218 electores de la Congregación General XXXV de la Compañía de Jesús, reunidos para elegir nuevo Superior General y tratar las cuestiones urgentes que afectan a los compañeros de Ignacio de Loyola, concelebrarán la eucaristía, presididos por el cardenal Robin, Presidente de la Sagrada Congregación para Religiosos y Religiosas. De esta manera, unidos en torno al misterio de muerte y de resurrección al que se aboca el misterio navideño que acabamos de celebrar, e inmediatamente después de una Epifanía universalmente evangelizadora, estos hombres, provenientes de los cinco continentes, se comprometerán a trabajar como lo que son: compañeros de Jesús, en la estela de una sólida tradición ignaciana que les vincula a la Iglesia y muy en especial al Obispo de Roma por medio del Cuarto Voto, para evangelizar donde sea y como sea, según el texto con el que hemos abierto este artículo que ojalá resulte guía de caminantes para los interesados en el acontecimiento.
Esta Congregación General XXXV tiene, según ya indicábamos, una finalidad prioritaria: decidir quién sucederá en el vértice de la Compañía al holandés Peter Hans Kolvenbach, tras 25 años de mandato y encargado de mantener en el tiempo histórico la herencia de Pedro Arrupe, carismático antecesor suyo. Si la Asamblea XXXII, en 1974, significó la adecuación de los jesuitas al mundo contemporáneo postconciliar, según el espíritu del vasco universal, y la XXXIV, en 1995, procuró aplicar tal espíritu a la vida concreta de la Compañía, ya desde la inspiración de Kolvenbach, la que comienza hoy mismo y que hace el número XXXV de las celebradas desde aquella primera que eligiera a Ignacio como primer Superior General de los jesuitas reunidos en Roma, tendrá que elegir al hombre más adecuado para confrontar todo este legado con las nuevas exigencias tanto eclesiales como sociales desde instancias nacidas con el siglo XXI que recién ha comenzado. Es, pues, un punto de llegada tras casi cincuenta años de reflexión corporativa, y es llegado el momento de afrontar con decisión los caminos de un futuro que, amanecido en la historia, está por realizar en virtud de la libertad humana y creyente.
¿Existen algunas dimensiones que, sin forzar la libertad de los reunidos, atravesarán en vertical los diálogos y discusiones previsibles en la reunión que ahora comienza? Pensamos que sí, y que su enumeración y consiguiente comentario puede ser la aportación más sustanciosa para comprender las noticias que vayan llegándonos en días siguientes sobre el devenir de la Asamblea jesuítica romana.
Tal y como hemos escrito, la dimensión dominante es de naturaleza electiva: elegir un nuevo Superior General, entre todos los jesuitas que hayan formulado sus Votos Solemnes y el concreto Cuarto Voto de obediencia al Santo Padre, que tiene que ver con«las misiones o encargos» que el Pontífice solicite cuando le parezca oportuno en beneficio de la Iglesia. El designado, que no puede rechazar la elección, estará al frente de veinte mil hombres con un alto sentido de las relaciones de obediencia, pero siempre en el contexto del «discernimiento ignaciano», pieza fundamental en la estrategia creyente de los Ejercicios Espirituales: el nuevo Superior General tiene que ser capaz de mandar, pero no menos de escuchar a sus Consejeros y, en definitiva, a todo jesuita que desee ponerse en contacto con él. La evidente verticalidad de la Compañía de Jesús está atravesada por instancias horizontales para asegurar una «obediencia discernida», humanamente respetuosa. El jesuita obedece pero nunca como un robot, siempre como persona libre que voluntariamente ha declinado un amplio margen de su libertad en la Compañía como cuerpo organizado. Este engranaje de enorme complejidad, encuentra en el Superior General su referente último, y el Superior General, a su vez, deberá estar referido en cada instante de su vida al Dios cuya mayor gloria debe procurar como líder espiritual del grupo. Para el elegido, nadie estará por encima de ese Dios. Al que deberá de encontrar en el misterio de la oración personal más transparente.
La segunda dimensión que atravesará de forma inevitable los debates de los reunidos, es el hecho de que, por primera vez en la historia de los jesuitas, serán mayoría los representantes del mundo en desarrollo (asiáticos, africanos y latinoamericanos) que aquellos provenientes del desarrollo (europeos, norteamericanos, a los que podemos añadir los canadienses). Queremos decir que, pueda gustar o disgustar el dato, la multiculturalidad ahora tan denostada desde ámbitos un tanto conservadores, estará presente en el aula y puede que resulte decisoria en momentos relevantes. Afirmar este detalle es lo mismo que repetimos una y otra vez en lo concerniente a la vida eclesial: es necesario conjugar unidad y pluralidad, un principio que se acepta hasta que llega el momento de practicarlo. Y de nuevo, aparece el discernimiento ignaciano como la sistemática para salir de toda posible contradicción que se produzca entre representantes de culturas tan diversas. Y, por primera vez, esta diversidad protagonizará el diálogo libérrimo entre los reunidos.
Y en fin, la tercera dimensión es algo que va todavía más allá de la multiculturalidad: los jesuitas de este siglo XXI están inmersos en una ambigua globalización, capaz de empobrecer al homogeneizar, pero también susceptible de nuevas alternativas apostólicas en función de las relaciones propiciadas por las tecnologías y las colaboraciones entre las diferentes Provincias jesuíticas. Desde esta tercera dimensión, tal vez se abran camino nuevas instancias jurídicas en la estructura tradicional del gobierno de la Compañía de Jesús. Los reunidos, como máximo órgano legislativo de la Orden, tienen la palabra al respecto. Pero es imposible permanecer insensibles a la revolución experimentada en las relaciones humanas y corporativas en una sociedad como la nuestra.
Las dimensiones comentadas, repetimos, pueden ayudar a medir el sentido de lo que se vaya comunicando de los debates y decisiones en el aula, que esperamos responda a las exigencias de una sociedad de la información, sin adulterar la discreción debida. Pero está claro que esta Congregación General XXXV, con una duración previsible de dos meses, tiene que ser valiente en sus decisiones para que el cuerpo jesuítico asuma con decisión su responsabilidad histórica.
El servicio a la justicia que brota de la fe como insobornable herencia arrupista, pasa por una universalidad discernida, tan capaz de correr riesgos como de permanecer unida esperanzadamente al Sucesor de Pedro, este Benedicto XVI que recibirá a los reunidos el 21 de febrero en audiencia especial. Entonces y sólo entonces, se cerrará de verdad el sentido conjuntivo de las tareas de la Congregación General XXXV, reunida, en último término, para «buscar, hallar y cumplir la voluntad de Dios». Como deseaba Ignacio.
Norberto Alcover sj es profesor de Comunicación en la Universidad Pontificia Comillas.
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