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No problem. Aunque muera viviré

No problem. Aunque muera viviré

por Ana Vázquez Ponzone.

Durante la pasada Pascua vi a Jesús pasar. Le vi atravesando la carretera a Tánger, en Marruecos. Iba rápido, muy rápido.
De un borde al otro de la carretera, cargando una tela en la que guardaba todo aquello que pudo reunir antes de emprender su camino, y que necesitaría para los duros días que se le venían encima.

Era un Jesús de piel negra, era un Jesús vapuleado, maltratado, magullado, asustado y condenado por toda una sociedad que le acusa de tener demasiadas ganas de vivir y de luchar, demasiadas ganas de trabajar, demasiadas ganas de alcanzar una vida mejor para él y para los suyos. Cruzó muy rápido, pero me miró, y en su mirada me acusaba de no defenderle ante el mundo, de no defenderle ante la mentira y ante la injusticia. Me acusaba de tanta sangre y lágrima derramada en la roja tierra africana. Pero al mismo tiempo, me perdonaba, me decía ”No problem” –como siempre dice un buen africano- porque aunque muera viviré. Era un Jesús solo, muy solo. No tenía quién le ayudara a llevar su carga. Porque cualquiera puede denunciarte. Y eso no, otra expulsión de la tierra prometida no sabe si la aguantaría.
Iba solo, con su carga, camino del bosque que precede al otro mundo.

Pero antes de llegar tiene que atravesar la valla, esa valla doliente, inhumana, que grita y clama al cielo y a los hombres. Porque en este mundo nuestro, parece que no basta con ser un hombre o una mujer para caminar por la tierra. Se necesita tener y ser mucho más para cruzar las fronteras impuestas por la sinrazón. Se necesita papeles, una identidad adecuada, es decir, haber nacido en el lugar “correcto”. Pero Jesús no tenía nada de eso, y tenía que esperar a saltar la valla. Esa valla de alambres y espinas, esa doble valla de seis metros de altura y no sé cuantos kilómetros de larga, esa maldita valla que divide lo que Dios creó como algo único.

Y creo que allí se adentró, en soledad, esperando el viento que engaña los sensores, o el oleaje que relaje a los guardias de frontera. Porque la valla llega al mar, ese lugar de muerte donde 3.500 seres humanos murieron el año pasado en su intento de alcanzar un mundo mejor.

Pero el Jesús que yo vi también iba cargado de fe, de confianza, pidiéndole a su padre que le indicase sus caminos, que le enseñase sus sendas. Y le pedía a su padre que en su vida se abrieran caminos de paz y de bien, de justicia y de libertad. Pero antes de adentrarse en el denso bosque me gritó, fuerte, muy fuerte “¡No temas! Ve y avisa a mis hermanos y hermanas que vayan a verme a la casa de las hermanas Vedrunas en Ceuta, allí me verán”. Porque allí, el Jesús que yo vi, y todos los Jesús del mundo que consiguen cruzar la frontera tendrán un sitio donde descansar antes de seguir el camino.

pastoralsj.org

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