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Los cristianos en un Estado laico

Los cristianos en un Estado laico


Profesor de la Universidad Pontificia Comillas, el sacerdote y teólogo Luis González-Carvajal Santabárbara acaba de publicar Los cristianos en un Estado laico (PPC, 2008), interesante reflexión sobre la presencia del creyente en el actual espacio público y su contribución a una ética civil compartida por el conjunto de la sociedad, la única propuesta que “a la larga tiene futuro”.

¿Qué papel deben jugar los cristianos en un Estado laico?

En principio, el que tiene que desempeñar cualquiera, sea cual sea su ideología. En un Estado laico, precisamente porque no hay una ideología oficial, el enriquecimiento se producirá cuando cada colectivo aporte sus riquezas y haya luego un diálogo entre unos y otros. Los cristianos tendremos que aportar los elementos que brotan de nuestra tradición, pero procurar traducirlos a un lenguaje racional. Dentro de la comunidad cristiana podremos hablar con argumentos bíblicos, teológicos… -y debemos hacerlo-, pero en la sociedad civil debemos ser capaces de expresar nuestras ideas con un lenguaje racional, de forma que puedan convencer otros, o que, al menos, podamos enriquecernos mutuamente.

Y la Iglesia, ¿cuál debe ser su lugar en un país como España?

Si para intentar enriquecer la legislación se trata de actuar como grupo de presión, entonces es preferible una voz única, porque así crece la fuerza. Pero si se quiere enriquecer la ética civil, la ética común de los ciudadanos a través de un diálogo, es preferible que intervengan muchas instancias: los obispos, la CONFER, la FERE, los cristianos individuales… Actuar como grupo de presión es legítimo (Amnistía Internacional lo es, por ejemplo), pero hacerlo sin pretender cambiar antes la ética civil o mejorarla, sólo puede provocar agresividad en quienes no comparten esa ideología. Enriquecer la ética civil es lo que tiene más futuro.

¿Por qué la Iglesia no goza ya de buena imagen?

Es un tema que me preocupa muchísimo. Según estudios sociológicos, en el año 90, la Iglesia en España era la segun­da institución más valorada después del sistema educativo, y hoy en día es la última empatada con las multinacionales. Es tremendo. ¿Puede ser achacable al laicismo reinante? Me temo que hay un círculo vicioso, porque cuanta más agresividad genera una de las partes, con más ­agresivi­dad responde la otra; y lo importante no es preguntarse quién ha empezado, sino quién quiere terminar. Es necesario que adoptemos otra postura, que no genere esa agresividad, que defienda nuestros valores, pero en un clima de diálogo sincero.

El PSOE tiene una ideología dominante laicista, especialmente desde que está al frente Zapatero. Pero, por parte de la Iglesia, tampoco es el clima de los tiempos del cardenal Tarancón.

Hablaba de una ética civil. ¿Qué código ético debe respetar la legislación de un Estado laico?

Si hubiera un derecho natural aceptado por todos, sería una solución magnífica, muy querida desde siempre por la Iglesia: que utilizando la razón todos, creyentes y no creyentes, llegáramos a comprender cuáles son las exigencias éticas de la naturaleza humana. Pero, desgraciadamente, no somos capaces de llegar a ese acuerdo. Por lo tanto, me parece irreal pretender que un Estado laico, no confesional, vaya a aceptar el modelo de derecho natural que defiende la Iglesia porque lo defiende la Iglesia. Sólo hay una solución viable: la ética civil, compartida por el conjunto de los ciudadanos, y humilde, porque es sólo esa plataforma común en la que coincidimos todos, pero que puede enriquecerse.

Otros la llaman ética de mínimos…

Cada nombre tiene sus ventajas y sus inconvenientes, porque ética de mínimos parece sugerir una ética rebajada, poco exigente, y ética civil parece sugerir que se opone a ética militar. Todo puede prestarse a malentendidos.

Serían los mínimos éticos que comparte una sociedad, y no son tan pequeños. Como mínimo, es la Declaración Universal de Derechos Humanos. Lo que ocurre es que luego hay discrepancias, por ejemplo, en torno al derecho a la vida. Pero ahí está la vía del diálogo entre los distintos grupos sociales para intentar enriquecernos mutuamente y llegar a un acuerdo. Ocurrió con la esclavitud, que durante siglos se consideraba algo normal, y que hoy nadie defiende ya. Es un proceso que requiere sus ritmos y su crecimiento paulatino, y todo eso forma parte también de la propia humildad de la propuesta.

Compromiso sociopolítico

Pensando en la presencia pública de los cristianos, ¿qué aporta la fe al compromiso sociopolítico?

Unas motivaciones que enriquecen y profundizan las motivaciones puramente humanistas que puede tener cualquiera. Aporta un estilo caracterizado por unos grandes principios: el destino universal de los bienes, la opción por los más débiles, el principio de subsidiariedad, la vía del diálogo sobre la violencia, el derecho a un trabajo digno para todos, etc. Si cada uno de esos principios no es propio en exclusiva de la Iglesia, quizás el conjunto sí que supone ese estilo característico de los cristianos y, además, es algo que podemos presentar sin el menor rubor, porque es una sabiduría que se ha ido acumulando durante siglos.

¿Está reñido el pluralismo con la fe?

Los datos demuestran que no, puesto que hay católicos, incluso practicantes, en todos los partidos del espectro político. Pero, ¿eso es sólo una cuestión de hecho o también de derecho? Creo que es una cuestión de derecho, precisamente porque la fe aporta grandes principios, pero que por sí solos no bastan para presentarse a unas elecciones. Hacen falta luego mediaciones técnicas, que entran dentro de lo discutible. Por lo tanto, bajar de los principios al problema concreto supone entrar en el campo del pluralismo legítimo, que no es sinónimo de pluralismo ilimitado. Hay opciones que difícilmente se pueden justificar en nombre del pluralismo legítimo, porque claramente van en contra de los principios.

¿Contar con tribunas propias o ser fermento en la masa de un modo transversal? ¿Qué le conviene más al cristiano en la sociedad?

Tan democrático y legítimo es actuar individualmente, mezclándonos con los no creyentes, como formar nuestros propios grupos, como lo pueden hacer quienes tienen otra ideología. No se puede dar una respuesta universalmente válida, como mucho sugerir elementos a tener en cuenta para hacer un discernimiento en cada caso. Y, en cada caso, habría que preguntarse: aquí y ahora, ¿qué es pastoralmente más conveniente? Y también ahí cabría un pluralismo legítimo.

Ya para acabar, en el terreno económico, ¿la meta de la Iglesia es la plena autofinanciación?

Sería la mejor de las noticias, y un testimonio magnífico de una Iglesia participativa, comprometida, que no necesita de apoyos económicos externos, a diferencia de partidos políticos, sindicatos, que tienen una financiación pública muchísimo mayor. Pero, hoy por hoy, se ve lejanísima esa autofinanciación y, por tanto, no tenemos más remedio que aceptar como mal menor la asignación tributaria. Tengo la sospecha de que la Iglesia española, en el fondo, ya se ha resignado a no alcanzar nunca la autofinanciación. Sería un testimonio precioso que un día pudiéramos decir que los católicos españoles nos sentimos tan responsables de nuestra Iglesia, que la financiamos por nosotros mismos, sin necesidad de recurrir a la ayuda del Estado.

Vida Nueva

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