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Cultura para todas y todos

Cultura para todas y todos

Un artículo de Elvira Lindo...

Éste es el país donde se exige la gratuidad de la cultura aunque no se tenga el más mínimo interés en consumirla

Cuando nombran ministra a alguien que tú conoces siempre hay gente que piensa que vas a pillar cacho


Tres personas me escribieron la semana pasada para preguntarme si el nombramiento de la nueva ministra de cultura me podía beneficiar en algo. Ole, ése es mi país. Nunca decepciona. Nombran ministra a alguien que tú conoces e inmediatamente hay gente que no sólo piensa que puedes pillar cacho sino que vas a estar dispuesta a ello. No me sorprende. Cuando mi marido era director del Instituto Cervantes de Nueva York había ciudadanos que me preguntaban cómo era nuestra residencia oficial. ¡Residencia, ja! Había otros que pensaban que necesitabas el puesto para salir de pobre. ¡Ja, ja! Había algún grupo en cuyas filas se comentaba que si había aceptado ese carguillo sería porque aspiraba a uno mayor. Si no de qué. Y hubo incluso un escritor (lo cual ya me parece más grave) que en este mismo periódico expresó públicamente su indignación porque alguien que se había beneficiado de las instituciones se permitiera luego criticarlas (¡ja, ja, ja!). De tal afirmación se deducen dos lugares comunes, a cual más grave: primero, que toda persona que acepta un cargo público lo hace con la sola idea de forrarse y, segundo, que lo natural de quien ostenta un cargo público es que sea dócil para siempre jamás con el partido bajo el que fue nombrado. De alguna manera, ese escritor pasó a limpio lo que tristemente piensan muchos españoles, porque la relación que ha tenido Españita con la cultura ha sido siempre complicada. Decía Fernán-Gómez que nuestro pecado no es la envidia sino el desprecio. Desprecia cuanto ignora, decía Machado. Estos días, a cuenta de la procedencia cinematográfica de la nueva ministra los blogs y demás medios digitales hervían con la cantinela de siempre: no hay actor en España ni director ni guionista que no sea un chorizo. En los escritores se fijan menos, son menos visibles, pero ahí está flotando la preguntita irónica cada vez que uno gana el Planeta: "¿Qué va a hacer usted con esa cantidad de millones?". En el fondo, se digiere mejor que los futbolistas ganen cantidades extravagantes o que las ganen las estrellas de la tele, los arquitectos estrella, los cocineros michelín o los diseñadores de moda. Durante todos estos años pasados a nadie se le ocurrió preguntar, por cierto, a la pandilla de especuladores inmobiliarios que destrozaban la costa en colaboración estrecha con los ayuntamientos, de dónde sacaban tanto. A nadie le molestó la ostentación de los GilyGiles. En nuestro país se ve natural que un zopenco se lo lleve crudo. Da igual que destroce el mundo. Dadas las reacciones que se leen en los periódicos o la participación de numerosos opinadores internautas, consideramos infinitamente más peligroso a un individuo que recibe una subvencioncita para montar una obra de teatro que a un tío que ha untado a un ayuntamiento para conseguir que se recalifique un terreno protegido. España y la cultura no se llevan bien. Y no es de ahora. Así se quejaba amargamente Galdós, "éste es un país donde un solo ejemplar lo leen cuatrocientas personas". Sí, sí, éste es el país donde se exige la gratuidad de la cultura, aunque uno no tenga el más mínimo interés en consumirla. Sólo por si aca. Recuerdo una discusión airada que mantuve con un camarada en "aquellos maravillosos años". Se indignaba el camarada porque habían anunciado una subida en la entrada del Museo del Prado. Perdimos como dos horas dándole vueltas al célebre derecho del pueblo a acceder libremente al patrimonio cultural. Hasta que harta de aquella discusión interminable, le dije, "pero tú, ¿cuántas veces has ido al Prado en los últimos cinco años? Si el único museo que tú visitas es el Museo del Jamón". Ahí está la clave. A la gente parece no importarle la subida de precios en los museos jamoneros. Pagamos con gusto. E incluso invitamos. ¡Ésta la pago yo! Somos de natural flamenco. Ése es mi pueblo. Cada uno según sus posibilidades, claro, pero bares y restaurantes, un viernes por la tarde, están que se salen. Eso sí, deme usted gratis la cultura. En eso se pone de acuerdo parte de la derecha y parte de la izquierda. El odioso populismo. Libros de texto gratis para todos y todas. Cine gratis ("encima de la mierda que es, dicen, vamos a tener que pagarlo"). Ah, y que a los profesores no se les ocurra mandarle a los niños libritos de literatura. Sí, queridos amigos, yo he viajado por Españita dando charlas y he visto muchas cosas. He visto que los mismos padres que compraban en masa a una compañía americana un tipo de mochilas absurdas con ruedas (carísimas, claro), que les daban dinero a los críos para cien mil chucherías y que se dejaban una pasta en el convite de la comunión, ponían luego el grito en el cielo cada vez que un pobre maestro recomendaba una novelita. Recuerdo hace diez años, en el colegio de un pueblo rico, el de las mochilas americanas: una criatura se levantó para hacerme una pregunta sobre mis personajes. La niña, inocente y candorosa, me dijo que había tenido la suerte de conseguir toda la colección de mis libros gratis. ¿Te la regalaron?, le pregunté. "No, me la fotocopió mi papá, que es teniente de alcalde del ayuntamiento". Qué mona, estaba en esa edad en la que crees que tu padre es un héroe, aunque sea un pirata. -

Elvira Lindo

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