No tienen ni para comer
Casi 600.000 personas viven de la caridad en España al haber perdido el trabajo, los ahorros, las prestaciones del paro, la ayuda familiar o la vivienda
Poco antes de la medianoche, tres estudiantes de Derecho de la Universidad Autónoma, dispuestos a pasar la noche en blanco para lidiar con una asignatura hueso, se toparon en la zona de Arturo Soria de la ciudad de Madrid con un inmigrante senegalés que les pedía comida.
El examinando Sebastián volvió a su casa, muy cerca, y preparó un bocadillo de jamón, dos melocotones y tres galletas de chocolate. Durante la espera de la manduca, el africano relató a Santiago y Azul, los otros dos estudiantes, que su hermano había muerto durante una horrorosa travesía en patera hacia España. Él salvó la vida, pero las estaba pasando canutas. "No nos pidió dinero, sólo comida. Tenía hambre de verdad", recuerda Sebastián.
Una semana después del piadoso encuentro, el español Antonio también se declara hambriento, y maldice contra la inmigración en el comedor social Vicente Paul, en Madrid. Antonio es una de las 597.172 personas que vive de la misericordia desde el pasado año, casi 200.000 más que en el 2007, según el último informe de Cáritas Diocesana. "Como no llegues en patera estás jodido. Nadie te ayuda. Dice el Gobierno que no tiene más recursos. Claro, se los llevan los morenos y los sudacas", protesta. Los extranjeros son mayoría en el comedor de la abnegada Sor Ramona. "Antes dábamos de comer a unas 450 o 500 personas, pero este año hemos llegado a un pico máximo de 648. Son familias y gente que lo ha perdido todo. El 75% son inmigrantes. Una situación muy triste", dice la religiosa.
Antonio, que frisa los 50 años y nada tiene, ni siquiera cordura, arrebatada por las turbulencias de la crisis, encadena los insultos racistas y las imprecaciones contra José Luis Rodríguez Zapatero y, en su defecto, contra Mariano Rajoy. "No te alteres, el señor no tiene la culpa. Sólo ha venido a hacernos una entrevista", le tranquiliza otro español, Vicente, también en la cincuentena y en la lista de Caritas, que registra un aumento del 50% en el índice de menesterosos incapaces de atender por sí mismos sus necesidades básicas por no tener trabajo o haber agotado las prestaciones del desempleo. El abrupto descenso hacia la pobreza ha enrabietado a Antonio, soltero, torvo con los comensales africanos o latinoamericanos de las mesas próximas.
"He cotizado casi treinta años y aquí me ve comiendo de lo que me den las monjas. Mi último trabajo fue encofrador, oficial de primera. Se hundió la empresa y todos a la puta calle". Se comió los ahorros, las prestaciones del paro y pernocta en casa de una hermana. "No sé por cuanto tiempo porque ella también tiene problemas. Menos mal que no me metí en una hipoteca porque sería peor". Su compañero de infortunio Vicente, carpintero, conductor, camarero, o lo que haga falta, exige amparo oficial: una masiva operación de rescate "Duermo en un cajero después de cotizar 25 años. Sólo cobro 350 euros para los mayores de 50. ¿Qué puedo hacer con eso? El Gobierno no puede permitir lo que estamos pasando. Mi ex se quedó con la casa y yo sin trabajo. Todo a la vez". ¿Su familia no le echa una mano? "Son obreros. Bastante tienen". Vicente trocea la ración de caballa y guarda una mitad en bocadillo. "Ya sabe, para cenar".
Los testimonios recogidos en albergues y comedores sociales, en los que impera la amargura o la rabia, certifican las conclusiones del informe La respuesta de Cáritas ante la crisis, que propone una protección equivalente al 80% del salario mínimo interprofesional como medida de subsistencia. La subida más impactante en los porcentajes de solicitudes de ayuda corresponde a la de alimentos: en el año 2008, un 89% más que en 2007; siguen las demandas para gastos de transporte, una subida del 87,3%, y de vivienda, un 65,2%. "El Estado y las comunidades autónomas deben llegar a un pacto para incrementar los recursos", pide Silverio Agea, secretario general de Caritas.
El veinteañero Bagayoko, de Costa de Marfil, que se acerca al centro de acogida San Isidro, también en Madrid, saltaría de gozo con algo más de la pedrea oficial en su poder. No teme a la pobreza porque nació con ella, pero sueña con un coche y un palco en el Bernabeu. "Sin papeles no hay esperanza. Espero que algún día llegue mi oportunidad". Sobrevive vendiendo pañuelos en los semáforos o de gorrilla, cuando le dejan, en los aparcamientos de la sede central del Ministerio de Hacienda.
El matrimonio peruano que recoge una bolsa de comida en el centro de Hijas de la Caridad llegó a España para ahorrar y montar un negocio en Lima, pero malvive en la madre patria. Imaginaron una realidad inexistente. Wilson y Esmeralda, que no llegan a los 40, entraron en barrena cuando ella quedó embarazada de su segundo hijo y fue despedida de un bar con un finiquito ya consumido. "El dueño de un taller que me contrató sólo cotizó por mí un mes, después de haber trabajado con él más de un año. No pude cobrar el paro", agrega Wilson. "Nunca me imaginé esta situación cuando cobraba casi 2.000 euros al mes. Pagábamos una hipoteca de 700 euros pero hace meses no lo hacemos".
El perfil de los peticionarios de ayuda suele cuadrar con estos patrones: familias de cuatro miembros, dos adultos y dos niños, con ingresos de 800 a 1.200 euros mensuales netos, y una hipoteca de 700. El hombre pierde el trabajo y la mujer sostiene el hogar con un empleo a tiempo parcial de doméstica. Los ingresos se reducen entonces hasta los 500 euros, mientras la hipoteca asciende hasta cerca de los 900 euros. Hay familias con 800 euros de ingresos e hipotecas de 1.400. La desesperación les conduce a los comedores sociales, antesala del probable retorno.
"¿Qué quieres que te diga? ¿No está viendo usted lo que me pasa?" Los inmigrantes son más receptivos al diálogo que los españoles, mayoritariamente atrapados por la crisis y el mal genio, reacios a la admisión de sus calamidades. "Por favor, déjeme en paz. Tengo muchos problemas". "No quiero hablar con periodistas porque después publican lo que les sale de los..."
La mayoría de quienes despiden al informador con cajas destempladas le cuentan de buen grado sus penas son damnificados de la construcción, la hostelería o, más recientemente, de la industria: también mujeres con problemas de conciliación de la vida laboral y familiar, hombres solos o divorciados, e inmigrantes sin papeles o a punto de perderlos al no poder renovar su tarjeta de residencia por carecer de empleo. Todos tienen una historia, incluso el hombre iracundo de una cola que invita al presidente del Gobierno: "¡Dígale a Zapatero que venga aquí, que venga a debatir con nosotros!".
Juan Jesús Aznarez para El País.
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