En defensa de la diversidad
Ramin Jahanbegloo es filósofo iraní. Con este artículo reanuda sus colaboraciones en EL PAÍS, tras su detención durante 122 días en Teherán, en régimen de aislamiento.
"No podrán sobrevivir aquellas culturas que pretendan excluir a las demás", decía Mahatma Gandhi. La diversidad cultural es hoy una realidad: en el mundo hay unas 6.000 comunidades y un número semejante de lenguas distintas, lo que, naturalmente, da lugar a la existencia de una variedad inmensa de visiones del mundo, creencias, valores y prácticas. Los avances realizados en las tecnologías de la comunicación y el transporte nos han permitido superar las fronteras geográficas y alcanzar un grado de conexión tal que una matanza local en Rwanda o la explosión de una bomba de Bagdad tienen una repercusión inmensa en el ciudadano de España, Japón o Australia. La globalización, pues, no consiste sólo en extender la economía de mercado o las transferencias de capitales, sino que también entraña un flujo constante de ideas que cruzan las fronteras.
Una visión caleidoscópica del mundo ha venido a sustituir al discurso monolítico lineal del pasado, dando lugar a unos cambios constantes en el pensamiento que conforma nuestra herencia cultural común, la cual adopta el aspecto de una inmensa red de conexiones, ligadas todas ellas por el hecho de la coexistencia.
Las diferencias mutuas entrañan la necesidad de diálogo, un diálogo que implique cierto tipo de intercambio de visiones. No se puede encomiar una diversidad que no implique un diálogo ético-hermenéutico en el que las partes intenten alcanzar un aprendizaje transcultural. Es ahí donde hemos de liberarnos de los malentendidos derivados de ciertas actitudes preconcebidas, envenenadas por la idea de una supuesta superioridad. No se trata de idealizar ni de rechazar al "otro". Tenemos que superar esas deformaciones que aparecen por lo general bajo las denominaciones de orientalismo u occidentalismo.
El orientalismo y el occidentalismo exceden los límites de la diversidad porque deshumanizan al otro, convirtiéndolo en el mal. A diferencia de esas dos situaciones, que suelen estar acompañadas de una actitud proclive a responder a la injusticia con otra injusticia, en el marco de un diálogo ético-hermenéutico diversificado, la confrontación y la protesta no son fines en sí mismos, sino medios que se ponen al servicio de la armonía ética y de la curación. Me permito añadir que la defensa de la diversidad constituye un antídoto contra las guerras terroristas y los conflictos culturales. Ha de ser éste un esfuerzo global en un mundo amenazado por la división cultural. Ha de ser un reto no sólo de las relaciones internacionales, sino también de las intra-nacionales.
Parece que la cuestión más destacada es la división entre el mundo islámico y Occidente. Pero también nos podemos referir a los conflictos hindú-musulmanes del subcontinente indio. La violencia a la que nos enfrentamos en el ámbito internacional nos insta a considerar más a fondo la posibilidad de resolver los conflictos entre las diversas culturas y tradiciones por la vía del diálogo.Inspirándonos en la visión y la práctica de Gandhi, de Abdul Ghaffar Khan y muchos otros, podemos experimentar con un pacifismo creativo y dialogístico, a modo de proceso o de método para entrar en contacto con la naturaleza herida y sagrada de las vidas de los otros. En este sentido, cuando defendemos la diversidad estamos invitando a escuchar al "otro"; estamos transformando una forma de pensar centrada en la idea del "nosotros contra ellos", y esa transformación nos ayuda a reconocer que cada cual tiene su parte de verdad.
La participación y el aprendizaje transculturales podrían impulsar la creación de un "código moral universal", el cual, a su vez, nos ayudaría a resolver los problemas comunes del futuro. El futuro de la condición humana depende de nuestra capacidad para construir un nuevo tipo de comunidad que se extienda allende los límites del Estado-nación tradicional. Esta comunidad dependerá de una nueva interpretación moral consensuada de las cuestiones que nos afectan globalmente.
Compartir una misma visión y participar en un aprendizaje común nos servirá para superar la inclinación hacia ese esencialismo cultural que fija y cosifica las identidades. Los participantes deberán negociar la estructura abierta de una diversidad subrayada por el diálogo intercultural. Éste requiere la voluntad de cambio y la participación en el mismo de todos los implicados. Cuando la cohesión moral es fuerte, se suelen compartir las responsabilidades, lo cual permite que los individuos participen en un proceso dinámico de interacción cultural basado en la inclusión. En este proceso, a diferencia de los procesos basados en la uniformidad cultural, se da un deseo colectivo de descubrir y examinar asunciones, de desarrollar los significados compartidos y los valores comunes y de integrar múltiples perspectivas a través de diálogo. Los llamados conflictos de culturas tienen más quever en el fondo con un tipo de comportamiento interno incivilizado de cada una.
En todas las culturas existe un conflicto entre los valores de los pluralistas y los valores de los absolutistas. La mayoría de la gente, por devota que sea, no suele tener una visión absolutista de su credo. Es decir, no tiene un deseo particular de perpetrar actos atroces de violencia terrorista en el nombre de la religión, ni tampoco lo tiene de vivir bajo la tiranía de gobiernos opresores que los someten a unas leyes religiosas muy estrictas. Hoy, a mi parecer, el conflicto real no es el que se da entre el islam y Occidente, sino entre los musulmanes pluralistas y los musulmanes absolutistas.
Se pueden tener unas firmes convicciones religiosas sin caer en el fundamentalismo. Pensemos en musulmanes pacifistas convencidos como Maulana Kalam Azad y Khan Abdul Ghaffar Khan. Merece sobre todo la pena conocer la figura del primero, porque es una demostración de la dignidad humana más genuina y de una voz contra la opresión, el prejuicio y laintolerancia. Honrando la memoria de Maulana Kalam Azad, honramos conjuntamente a la India y a Pakistán. Como dirigente del movimiento pacifista por la independencia liderado por Mahatma Gandhi, no sólo representa la idea de la libertad frente al dominio colonial, sino también de la fe tolerante que respeta otras creencias. Su fe se encarnaba en el principio de Unidad en la Diversidad, algo que constituye la esencia de la tradición histórica de la India. Pero también estaba profundamente comprometido con la revelación coránica, que proclama: "Se invitó a todos los mensajeros de Dios, cualquiera que hubiera sido el lugar y el tiempo de su nacimiento, a seguir el mismo camino". De la visión universalista de Maulana Azad, que encuentra una expresión inmortal en la poesía mística de Mirza Ghalib, el segundo presidente de India, Sarvapalli Radhakrishnan, decía que simbolizaba "la emancipación de la mente, liberada de las supersticiones, el oscurantismo y el fanatismo; liberada de los prejuicios de raza, de lengua o dialecto, de religión o casta". Por eso la segregación de la India y Pakistán echó por tierra su sueño de una nación unificada, en donde los hindúes y los musulmanes coexistieran en armonía.
Maulana Azad fue uno de los primeros pensadores políticos de la India moderna que definieron y enunciaron la idea de una democracia secular para la India independiente. Lo característico de su contribución fue que combinaba una defensa del secularismo y de la unidad nacional con una profunda fe en el islam. Para Azad, en el islam no hay lugar para el odio y el prejuicio religioso.
Hoy no existe un conflicto entre culturas. El verdadero conflicto es entre aquellos que defienden la idea de la diversidad y aquellos que se oponen a ella. Se trata de la antigua confrontación entre el odio y el miedo, por un lado, y la esperanza y el valor, por el otro. Es una lucha entre la arrogancia de la violencia y la responsabilidad del pacifismo. Y en una era de pensamiento y acción globales, en la que las naciones dependen unas de otras, al igual que dependen los individuos, y en la que si existe un futuro, éste ha de ser para todos, las consecuencias del conflicto entre la intolerancia y el diálogo determinarán nuestro destino. No debemos olvidar la heterogeneidad del pasado y hemos de ser capaces de aceptar la pluralidad social, política y cultural del presente.
Muchos pensarán que mi compromiso con la diversidad cultural y el diálogo transcultural emana un aura de optimismo en unos tiempos que llaman más bien al pesimismo. Estoy de acuerdo en que, sin duda, vivimos una época de violencia. Ciertas cuestiones, como la proliferación nuclear, la represión religiosa, las guerras culturales y el fervor nacionalista ponen en peligro la promesa de la diversidad. Pero estos peligros hacen aún más necesarias la diversidad y el pluralismo.
El pluralismo transcultural constituye uno de los programas políticos más humanos en los que podamos empeñarnos, aunque encontremos una fuerte resistencia. Es, en último término, una lucha a favor de la democracia. Gran parte de ella puede ganarse y se ganará desde dentro de cada cultura y cada fe religiosa. Cada cultura tendrá que buscar la manera adecuada de luchar contra sus propios fantasmas y sus propios males. Pero la lucha por la diversidad es también una lucha por unos valores morales compartidos.
En otras palabras, la permanencia de la democracia en los Estados euro-americanos está vinculada a su respeto por la diversidad y la pluralidad de la vida en otras culturas y continentes. Pero el proceso de pluralización no funcionará si no se considera que el pacifismo es una virtud universal. Si el pluralismo transcultural es nuestro ideal, el pacifismo debería ser nuestro valor ético fundamental.
Independientemente de la opinión que se tenga de Mahatma Gandhi, lo que nadie puede poner en tela de juicio es su dedicación a la unidad hindú-musulmana. Hizo de ello la misión de su vida. Insistió en que los hindúes, que constituyen la mayoría del país, no pretendieran nunca imponer sus derechos sobre los musulmanes, sino que intentaran ganarse su corazón. "No hay en ninguna de las dos religiones nada por lo que tengan que estar separadas", decía. "Una unidad fundamental atraviesa toda la diversidad de la naturaleza. Las religiones no son una excepción a las leyes naturales. Se les dan a los hombres a fin de que puedan percibir con mayor prontitud esa unidad fundamental. No es necesario en este momento establecer una religión universal; mucho más necesario es desarrollar el respeto mutuo por las diferentes religiones".
Gandhi nunca aceptó la teoría de que los hindúes y los musulmanes constituían dos naciones distintas. Recalcó los valores éticos fundamentales que son comunes a todas las religiones. "La esencia de una verdadera enseñanza religiosa", afirmaba, "es que uno debe ser amigo de todos. Eso lo aprendí en el regazo de mi madre". Creía que la mejor manera de propagar una religión es a través de las vidas honradas de sus seguidores.
Lo mismo puede decirse de la diversidad. No se puede alcanzar la diversidad sin diálogo; y sin respeto por la diversidad, el diálogo es inútil. Defender la diversidad no consiste simplemente en sentar a hablar a dos personas o a dos comunidades, sino más bien en establecer relaciones positivas y constructivas con los individuos y las comunidades de otras confesiones y culturas; unas relaciones dirigidas a la comprensión y el enriquecimiento mutuo. Se trata de un encuentro entre gentes que tienen confianza en la fuerza cultural de sus tradiciones respectivas y que aspiran a dar testimonio de lo que es específico y personal en sus experiencias culturales en relación con la humanidad y su destino. El diálogo es, pues, un testigo que se ofrece y se recibe en nuestro avanzar conjunto por el camino que hemos tomado para eliminar el prejuicio, la intolerancia y la incomprensión.
Ramin Jahanbegloo
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