Nunca caminarás solo
Por Ignacio Camacho
VE a cuerpo limpio, como decía Celaya; ve a bañarte en el río de la libertad, a sentirte parte de ese caudal resuelto que corre por las calles y que esta tarde va a fluir con la fuerza de un torrente de rabia serena. Sin equipaje, sólo cargado de tus ideas claras, tus emociones nobles, tus sentimientos transparentes. Tu recta voluntad de hacerte oír cuando no te escuchan, tu incólume determinación de hacerte ver cuando te ignoran.
¿Sabes? A veces, en democracia también se vota con los pies. Ocurre cuando los que mandan cierran los ojos y se tapan los oídos, cuando el designio de la política choca con el parecer del pueblo. Cuando los gobernantes se sumergen en la oscuridad para muñir infamias a espaldas de los ciudadanos, cuando se parapetan tras las murallas del poder y tratan de dirigir la Historia ellos solos, cuando se enclaustran en la campana del sectarismo y la soberbia. Entonces, sólo queda la calle, el ágora abierta donde resuena el eco del descontento y de la queja.
Mira, ellos saben muy bien lo que tú piensas, lo que tú sientes. Lo desdeñan, pero lo saben. Por eso les molesta que lo expreses, porque la política es pensamiento y es acción, y juntos tienen en democracia una fuerza devastadora. Se llama participación, y es lo que más temen los chamanes que han convertido el ejercicio político en un sindicato de intereses y en una bitácora de despropósitos. Parecen blindados, pero no lo están; nadie lo está cuando los ciudadanos irrumpen en el campo abierto de la libertad. Cuando piensan y actúan sin miedo, cuando se rebelan para abrirse paso entre el silencio y el desprecio. Cuando son libres y saben recordarlo.
Lo triste, ya lo sé, es que tengas que salir para esto. Para pedir que los asesinos cumplan su pena y para que las víctimas no se sientan solas. Para clamar contra una sinrazón tan manifiesta y para reivindicar una verdad tan sencilla. Malos son los tiempos en que hay que luchar por lo evidente, escribió un poeta. Pero mucho peor sería condescender con la arbitrariedad, transigir con la injusticia y acomodarse en un vago conformismo resignado. Darse por vencidos, encogerse de hombros, mirar para otra parte, delegar la conciencia y abandonar a los que se sienten humillados. Aceptar la ignominia como paisaje moral.
No será en tu nombre. Que la acepten otros, si quieren. Pero tú no saliste otras veces para llegar hasta aquí de este modo. No levantaste las manos cuando mataron a Tomás y Valiente, ni encendiste velas en la dramática vigilia de Miguel Ángel Blanco, ni guardaste tantos minutos de silencio para seguir callado ahora, cuando algunos pretenden que todo eso no sirvió para nada. No caminaste a través del viento y de la lluvia, con la cabeza alta y el corazón herido, para acabar renunciando a la justicia.
Porque es de eso de lo que se trata: de justicia. No de ira, ni de rencor, ni de discordia. Y sabes que mientras te guíe el afán de justicia, mientras te mueva un soplo de dignidad, nunca caminarás solo. Te acompañará, al menos, el aliento honorable de la decencia.
Ignacio Camacho
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