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cuatrodecididos

¿Dónde estamos?


A Fernando Savater, por razones obvias

El último comunicado de ETA - esta vez en forma de declaraciones al diario Gara-me ha planteado una pregunta a la que no encuentro respuesta: ¿dónde estamos?, ¿ha concluido el llamado “proceso de paz” o aún estamos alimentando esperanzas para que continúe? Es el Gobierno quien debe responder, por supuesto. Pero no aclara nada y ha perdido ya varias ocasiones para hacerlo.

Cuando en verano comenzó una intensa kale borroka intentó restarle importancia. En octubre, un nuevo comunicado le puso contra las cuerdas y ni se dio por aludido: hasta el día antes del atentado de Barajas todo iba viento en popa. Pero lo de la T4 fue un duro mazazo. Unas primeras y atinadas palabras de Rubalcaba parecían indicar que el Gobierno comenzaba a aterrizar a la realidad pero unas horas después Zapatero echaba pelotas fuera: el llamado “proceso de paz”, al parecer, continuaba, pero nada ha estado claro desde entonces: vacilaciones, contradicciones, medias tintas, desmentidos, fiscales y jueces, Navarra, la Ertzaintza, el PNV… Todo muy confuso. Por eso pregunto: ¿dónde estamos?

Probablemente, en estos días el Gobierno ha perdido una nueva ocasión para aclararlo. Las declaraciones de los dos encapuchados, leídas despacio, se las traen. He ahí algunos fragmentos: “ETA seguirá luchando hasta conseguir sus objetivos fundacionales”. “El Gobierno no ha respetado sus compromisos de alto el fuego ni ha mostrado una intención clara de cumplir estos compromisos”. “La lucha popular ha conseguido traer a Iñaki (de Juana Chaos) a Euskal Herria”. “La sociedad vasca sabe perfectamente que las llaves para resolver el conflicto son la territorialidad y el derecho a decidir”. “Con la acción de Barajas ETA envía un mensaje claro al Gobierno: es necesario respetar los compromisos para que pueda realizarse el proceso”. “Hoy, y en las condiciones que vive nuestro pueblo, pensamos que siguen vigentes las razones para utilizar la lucha armada y mientras sea así seguiremos en ello”. “Una cosa es ofrecer un cese de las acciones (…) pero otra bien distinta es reflexionar que practicar la lucha armada no es necesario. Esa situación la vemos lejana en las actuales condiciones”. “No se pueden imaginar unas elecciones sin la izquierda abertzale (ya que su ausencia) supondría apostar por alargar el conflicto”.

A este órdago en toda regla, hasta el momento de escribir estas líneas, el Gobierno no ha dicho ni mu,más allá de vagas generalidades de Blanco y el escurrir el bulto de Zapatero. O sea, que mientras unos hablan, otros callan. Hay que considerar también, por supuesto, que el Gobierno puede tener sus razones para no pronunciarse. Quizás tiene informaciones que le hacen pensar que aún hay posibilidades de llegar a un acuerdo. Quizás tiene razones fundadas para creer que Batasuna no dejará escapar la posibilidad de presentarse a las próximas elecciones, ya que en ello va su supervivencia, y que en cualquier momento puede dejar a ETA en la estacada. Todo puede ser, incluso lo más improbable. Ahora bien, el azar no es nunca una política responsable. Si el acuerdo no llega, habrá que preguntarse qué bazas tenía el Gobierno para intentar iniciar un proceso que, ya desde el principio, no parecía tener mucho futuro. Habrá que preguntarle a Zapatero cuáles eran sus razones para declarar solemnemente en junio pasado que se habían cumplido las condiciones, establecidas un año en el Congreso, para iniciar una negociación. Quizás cabrá sospechar que el optimismo del presidente no es otra cosa que el afán de no defraudar a su electorado - “ZP cumple”-, aunque nunca el proceso tuviera base real alguna, más allá de la ciega confianza en su buena estrella.

Porque motivos razonables para el optimismo no ha habido nunca. Desde el primer momento, desde el primer comunicado en el que anunciaba su extraño “alto el fuego permanente”, ETA no ha ocultado sus objetivos: autodeterminación y territorialidad a un precio que no pasaba por el cumplimiento de las reglas del Estado de derecho. El Gobierno, por su parte, tampoco ha ocultado que no desbordaría en ningún momento estas reglas y, en efecto, las ha cumplido a rajatabla. A lo más, sólo se le puede acusar de alguna vacilación al intentar condicionar las posiciones del Ministerio Fiscal.

Pues bien, estos dos trenes iban en direcciones opuestas y el choque parecía inevitable a menos que los simples mortales ignoráramos algunos secretos, de estos que sólo están al alcance del poder. En eso confiaban algunos. Si al Gobierno, al fin, le sale bien, ¡aleluya! Pero si le sale mal, y le está saliendo, nos debe una explicación.

Esta explicación, por supuesto, no puede consistir en vulgares vaguedades: que si ETA ha estado tres años sin asesinar es porque sabe que la violencia ya no vende, que tras la bárbara violencia del 11-S y del 11-M a ETA ya no le queda más opción que una retirada honrosa y pactada. Un gobierno no puede argumentar como se suele hacer en una charla de café. Un gobierno debe aportar los datos e informaciones fiables que le movieron a intentar un acercamiento. A partir de ahí, debe explicar razonadamente lo que ha sucedido para que podamos saber si hay que seguir confiando en él y si el riesgo y la responsabilidad que ha adquirido valían la pena.

¿Dónde estamos ahora? ¿Todavía en el proceso de paz o mejor que no hablemos más de ese asunto? Por ahí podría el Gobierno empezar sus explicaciones.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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