Los orígenes
Otros habrían hablado de "raíces"... Pero no es ése un vocabulario que yo use. No me gusta la palabra raíces, y menos aún me gusta la imagen. Las raíces se entierran en el suelo, se retuercen entre el barro, prosperan en las tinieblas; tienen al árbol cautivo desde que nace y lo nutren a cambio de un chantaje: "Si te liberas, te mueres!"
A los árboles no les queda más remedio que resignarse, necesitan tener raíces; los hombres, no. Respiramos la luz, codiciamos el cielo, y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos. La savia del suelo natal no nos entra por los pies para subirnos hasta la cabeza, los pies sólo nos sirven para andar. Lo único que nos importa son los caminos. Ellos nos llevan, de la pobreza a la riqueza, o a otra pobreza; de la servidumbre a la libertad, o a la muerte violenta. Nos prometen, nos trasportan, nos impulsan y, luego, nos abandonan. Y entonces nos morimos, igual que nacimos, a la vera de un camino que no habíamos escogido.
En contra de lo que sucede con los árboles, los caminos no brotan del suelo al azar de las sementeras. Tienen un origen, igual que nosotros. Un origen ilusorio, puesto que una carretera nunca empieza de verdad en sitio alguno; antes de la primera revuelta, algo más atrás, ya había otra revuelta, y otra más. Origen inaprensible, porque en cada encrucijada se han sumado otros caminos que procedían de otros orígenes. Si fuera menester echar cuenta de todas esas confluencias, daríamos cien veces la vuelta a la Tierra.
¡Así debe ser cuando de mi gente se trata! Pertenezco a una tribu que, desde siempre, vive como nómada en un desierto del tamaño del mundo. Nuestros países son oasis de los que nos vamos cuando se seca el manantial: nuestras casas son tiendas vestidas de piedra; nuestras nacionalidades dependen de fechas y de barcos. Lo único que nos vincula, por encima de las generaciones, por encima de los mares, por encima de la Babel de las lenguas, es el murmullo de un apellido.
¿Tenemos por patria un patronímico? Sí, así es. ¡Y por fe, una antigua fidelidad!
Nunca me he sentido realmente vinculado a ninguna religión, a menos que me haya sentido vinculado a varias incompatibles; tampoco me he notado nunca totalmente afecto a una nación, aunque es cierto que también en este aspecto tengo que ver con más de una. En cambio, me identifico perfectamente con la aventura que mi dilatada familia ha vivido bajo todos los cielos. Con la aventura y también con las leyendas. Igual que les sucedía a los griegos antiguos, mi identidad se apuntala en una mitología cuya falsedad me consta y por la que, no obstante, siento veneración como si la verdad residiera en ella.
¡No deja de ser insólito, por lo demás, que hasta el día de hoy sólo haya dedicado unos cuantos párrafos a la trayectoria de mi gente! Pero es cierto que también ese mutismo forma parte de mi herencia...
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