Arrupe, testigo y protagonista
HOY se cumplen cien años del nacimiento en Bilbao del padre Pedro Arrupe, superior general de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1986. Arrupe fue un auténtico testigo del siglo XX, y no sólo en sentido metafórico. Pocos años después de ingresar en la Compañía, sufrió la disolución de la orden por parte de la II República española y el consiguiente destierro. Enviado a Japón, en la estela de Francisco Javier, vivió en aquellas tierras lejanas el desarrollo de la II Guerra Mundial; fue encarcelado bajo la acusación de espionaje y aportó luego lo mejor de sí mismo al servicio de los afectados por la bomba atómica. Elegido prepósito general en una época decisiva para la Iglesia, fue un verdadero «profeta de la renovación conciliar», como bien expresa el título de la conferencia que hoy pronunciará en Bilbao su sucesor, el padre Kolvenbach. Arrupe llevó al núcleo mismo de su orden la idea de que, para el cristiano, la fe en Dios es indisociable de la lucha infatigable contra las injusticias. Cualquier lectura política de este planteamiento pecaría de simplismo y parcialidad. Se trata más bien de un punto de vista rigurosamente espiritual, que conlleva el compromiso solidario de los creyentes con la realidad de un mundo moderno en el que, a su juicio, un amor eficaz debe estar basado en los postulados de la justicia.
Como todo testigo profético, el jesuita bilbaíno fue discutido en su tiempo y no siempre bien comprendido. Solía decir con una expresión muy gráfica que el mundo es un «caserío planetario», y él mismo procuró siempre anticiparse a los desafíos de su época. Con motivo del centenario se reeditan algunas biografías suyas y, sobre todo, aparecen libros colectivos que investigan en profundidad el significado de esta gran personalidad del siglo pasado.
La Compañía de Jesús ha tenido y tiene un papel determinante en la historia de la Iglesia, y es fácil advertir que las exageraciones de uno y de otro signo han impedido muchas veces juzgarla con objetividad. Arrupe encarna en su propia persona la grandeza de una orden religiosa dispuesta a vivir en plenitud no sólo la faceta espiritual del cristianismo, sino también su proyección intelectual y social. Por eso el centenario que hoy se conmemora es un acontecimiento de singular relevancia, en el que se conjugan manifestaciones literarias, artísticas y musicales en homenaje a un personaje singular. Fue un español situado en la primera línea de la historia universal, y es lógico por ello que se consagre a su figura la atención que merece no sólo en su tierra vasca, sino en el conjunto de España. Superadas las polémicas coyunturales, incluido el complejo proceso sucesorio derivado de su enfermedad, es el momento de valorar en sus justos términos la trayectoria vital y espiritual de quien fue, ante todo y sobre todo, un gran hombre de Iglesia.
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