Tarancón, el trono y el altar
Todo empezó el 27 de noviembre de 1975. Millones de españoles escuchamos, a través de la radio y de la televisión, las palabras del entonces presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Madrid, el recordado cardenal Vicente Enrique y Tarancón, oficiante de la solemne ceremonia de entronización del nuevo Rey de España, don Juan Carlos I de Borbón, que se celebró en la iglesia de los Jerónimos de Madrid. Tan sólo siete días antes había fallecido el general Franco y España entera vivía emociones dispares, prevaleciendo sobre todo un claro sentimiento de incertidumbre. Más que nunca pesaba sobre todos los españoles el recuerdo de nuestra historia más reciente: la República, la Guerra Civil, la durísima posguerra y una larga dictadura de cuarenta años que, entre otras muchas culpas, tuvo la responsabilidad de mantener una cruel división entre vencedores y vencidos.
La iglesia de los Jerónimos no era solamente el escenario de la ceremonia religiosa tradicional de entronización de un nuevo Rey. Era la primera oportunidad para conocer cuál era la visión que dos instituciones tan claves en nuestra historia como la Corona y la Iglesia tenían sobre nuestro futuro. Cuando le llegó el momento al arzobispo de Madrid de pronunciar su homilía, los españoles, oyendo su voz inconfundible de fumador empedernido, comprendimos el porqué los ultras de entonces gritaban "Tarancón al paredón".
Días antes, el propio cardenal había anticipado su pensamiento con una gran valentía en la misa córpore insepulto que había oficiado en El Pardo ante el cadáver de Franco, en la presencia de sus allegados y sus más íntimos colaboradores. Allí el cardenal dijo: "Debemos formular la promesa de borrar todo cuanto pueda separarnos y dividirnos". Esta frase pasó desapercibida, ahogada por la conmoción del fallecimiento de Franco, pero para algunos marcó una gran esperanza al ver que, en un escenario y en un momento tan difícil, Tarancón era consecuente con las actitudes y las posturas que bajo su presidencia había tomado la Iglesia española en los últimos años de la dictadura, reclamando libertad y reconciliación.
El cardenal Tarancón, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano, reclamó libertad, pidió participación, demandó justicia y solidaridad y respaldó al Rey para que lo fuera de todos los españoles porque, como dijo: "Españoles son todos los que se sienten hijos de la Madre Patria". En nombre de la Iglesia, el cardenal subrayó que no pedía para ella ningún tipo de privilegios, tan sólo la libertad para predicar el Evangelio, pero siempre en beneficio de los interesesdel país y en la defensa de los más necesitados, "aquellos a quienes nadie parece amar".
El futuro de España, según el presidente de los obispos españoles, debía nacer de la colaboración y de la participación de todos, sin exclusiones, para así construir un camino de paz, de progreso y de libertad nacido de la reconciliación nacional. Conforme don Vicente hablaba, España entera se daba cuenta de que la dictadura había terminado y de que los nuevos tiempos nacerían desde la participación y el acuerdo de todos los españoles y con el apoyo de la Iglesia.
La homilía del cardenal sería posteriormente reforzada por las propias palabras del Rey de España, pronunciadas en el almuerzo del Palacio de Oriente, celebrado en honor de los altos dignatarios extranjeros asistentes a la ceremonia que rompían un aislamiento de cuarenta años y venían a España en un gesto inigualable de solidaridad y de apoyo hacia el Rey y hacia los españoles. Juan Carlos I expresó en su alocución rotunda y claramente su voluntad de trabajar para que España entrara a formar parte del concierto de naciones cuya convivencia se basa en los principios de la libertad y de la democracia, definiendo su voluntad de ser el Rey de todos.
Treinta y dos años después, es de justicia recordar aquel día, el momento en el que se visualizó el inicio de la ruptura con el régimen anterior. El ejemplo y la toma de posición que "el trono y el altar" tomaron aquel jueves 27 de noviembre en la iglesia de los Jerónimos fueron determinantes para sentar las bases de nuestra democracia.
Hace pocos días, la Iglesia española, a través del presidente de su Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Blázquez, pronunciaba nuevamente palabras de perdón y de reconciliación, ganándose el respeto y la aquiescencia de todos. Continuaba el "sermón de los Jerónimos" en una apertura coincidente con el magisterio del actual papa Benedicto XVI, siempre preocupado por establecer puentes de diálogo. Permanentemente en sus escritos y en sus discursos el Pontífice expresa su búsqueda de conciliación entre la fe y la razón, su apertura al diálogo con los sectores laicos y su defensa de los valores comunes que en nuestra cultura nacen de la integración del pensamiento cristiano con el pensamiento clásico, superando así cualquier tentación de asentarse en la confrontación y consiguientemente en el aislamiento. Hoy son momentos para el diálogo y para el acuerdo, en Roma y en Madrid.
Pero también hoy como ayer en las relaciones con la Iglesia no caben ni posturas preconcebidas ni lecturas sesgadas de la historia ni estereotipos decimonónicos. La izquierda debe respetar la libertad de la Iglesia para defender y enseñar sus principios y valores inamovibles, estrechando la colaboración en el ideario común de solidaridad, justicia e igualdad. No se puede asociar el progresismo al repudio de la fe porque ello constituye una declaración de incapacidad para entender el pluralismo de nuestra sociedad. La gran aportación de la izquierda siempre fue la de tomar posiciones de una manera positiva, huyendo de maniqueísmos y generalizaciones. Resulta muy empobrecedor asumir un catálogo de rechazos para poder definir la propia identidad política. En la España actual las identidades políticas se definen las más de las veces a la contra.
En las relaciones con la Iglesia olvidamos que muchos de los movimientos de oposición al franquismo e incluso dirigentes y cuadros de la actual izquierda surgieron de la militancia previa en organizaciones vinculadas a la Iglesia.
Cuando hace 32 años el cardenal Tarancón hablaba en los Jerónimos, lo hacía coincidiendo con el pensamiento de la gran mayoría de los españoles, y es bueno recordar hoy que sus palabras se convirtieron en hechos, hasta el punto de que con posterioridad, cuando llegaron las primeras elecciones democráticas, se negó rotundamente a que la Iglesia española apoyara la creación de un partido político confesional, defendiendo la neutralidad de la Iglesia para así garantizarse su independencia. Por eso es bueno recordar el protagonismo de la Iglesia en la recuperación de las libertades. La historia es la que es.
Francisco Vázquez y Vázquez es embajador de España ante la Santa Sede.
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