Aquí no dimite ni dios
Del blog de Eduardo San Martín...
Si la dimisión de un cargo público no implicara necesariamente la admisión de una culpa directa sería más fácil exigir que esos cargos abandonen sus puestos como ejemplo de higiene política en determinados casos. Ejemplo: la ministra de Fomento no es la culpable de que una borrasca se desplazara unos cuantos kilómetros de las previsiones iniciales; tampoco de que muchos ciudadanos eligieran utilizar sus coches privados en una jornada amenazante para el transporte; y mucho menos de que otras administraciones no cumplieran con sus propias obligaciones. Pero es inadmisible que en un país con el nivel de desarrollo como España y en pleno invierno, cuando se supone que esas cosas suelen ocurrir, la capital del país se colapse, y su aeropuerto se vea obligado a cerrar, por una simple nevada; fuerte, pero una nevada al fin y al cabo. Y en una democracia, unos de cuyos principios básicos es la rendición de cuentas por lo poderes públicos, alguien tiene que asumir la responsabilidad de que las cosas no hayan funcionado como se espera que lo hagan en un país que, según nos recuerda el gobierno cada día, es la octava potencia económica del mundo. No estoy seguro de si, en el caso que nos ocupa, Magdalena Álvarez debe dimitir o no. Lo que quiero recordar es que en este país no dimite un cargo público importante (más allá de algún que otro infeliz alcalde) desde hace décadas. Y creo ocurre así porque no se ha establecido la necesaria distinción entre responsabilidad y culpabilidad. Los partidos suelen cerrar filas en torno a los suyos para evitar que la asunción de una responsabilidad determinada pueda entenderse como la admisión de una culpa. Dimitir puede ser injusto en determinados casos (ningún cargo público puede estar al tanto de absolutamente todas las funciones que se desarrollan bajo su responsabilidad) pero a veces es la única manera de que un gobierno corresponda a los ciudadanos indignados con un gesto que implique una rendición de cuentas: de acuerdo, no hemos podido evitarlo, los acontecimientos nos han sobrepasado, nadie lo habría previsto, pero nuestra responsabilidad es que estas cosas no ocurran y creemos que la única manera de que los ciudadanos entiendan que aceptamos esa responsabilidad es la sustitución de quien se situaba en el cúspide de la cadena de mando. Tampoco ayuda a que una actitud como la descrita entre dentro de los parámetros de la normalidad el hecho de que los partidos, cuando están en la oposición, exigen esas responsabilidades con tanta incontinencia como resistencia muestran en no aceptarlas cuando están en el gobierno. Se ha banalizado de tal forma la petición de dimisiones por cualquier bobada que, cuando se presenta un caso en el que estaría plenamente justificada, se contempla desde la filas del poder como una rutina más del ejercicio de la oposición. Y, entretanto, todos pegados a la silla.
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