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Negros y judíos del País Vasco

Negros y judíos del País Vasco

PONGAMOS que no son tantos como cuarenta mil. Que son apenas la mitad. Un número escalofriante, en todo caso. Esa cifra, cualquiera de las dos, descubre una de las dimensiones del auténtico «conflicto vasco», del único real: millares de ciudadanos que ven anulados derechos elementales como consecuencia de las amenazas, la persecución y la extorsión. De ellos, más de mil no pueden desplazarse sin escoltas. Otro muchos no pueden ejercer libremente su derecho a voto. Hay una localidad guipuzcoana de casi dos mil habitantes donde en las últimas elecciones sólo votaron unos treinta electores. Los concejales electos renunciaron a su acta y, de esa forma, vio prorrogado su mandato la corporación regida por una alcaldesa de una formación ilegalizada. Ni e lectores ni concejales dieron un ejemplo ciudadano. Pero no se puede pedir que en cada pueblo controlado orwellianamente («Big brother is watching you») por el ejército de espías de ETA surja una heroína como la alcaldesa de Lizarza.

Y esa cifra -cuarenta mil, veinte mil, tanto da- sigue siendo considerablemente menor que la que incluye a otros muchos ciudadanos vascos que han decidido, sin armar ruido, resignadamente, marchar al exilio para escapar de la presión agobiante o de la amenaza directa. ¿Puede un gobernante vasco dormir plácidamente cada noche cuando miles de sus conciudadanos no pueden ir a tomar café, o al baño, sin la compañía permanente, sofocante, de una sombra ajena? Claro que puede.

Para quienes gobiernan en el País Vasco desde hace más de un cuarto de siglo la única merma de derechos que les quita el sueño es la de los cómplices de los asesinos y sus organizaciones títeres. O eso parece a juzgar por sus actos. «No se pueden ilegalizar ideologías». ¿Y quién ilegaliza tal cosa? Justificar el tiro en la nuca o el coche-bomba y prestar apoyo logístico y mediático a una organización terrorista no es una opción ideológica. Nadie defendería la legalización de un partido que justificase la persecución de los judíos o de los negros sólo porque una decenas de miles de insensatos o de ingenuos les votasen. Pues bien, los cuarenta mil o los veinte mil perseguidos, y los muchos otros millares que se exilaron para escapar de la persecución, son hoy los negros y los judíos del País Vasco.

¿Y puede un partido no nacionalista concebir siquiera la hipótesis de, llegado el caso, formalizar un acuerdo parlamentario o de gobierno con quienes, desde Ajuria Enea, no han sabido, o no han querido, librar a los negros y judíos del País Vasco de ese escandaloso pogromo durante todos estos años? Pues me temo que también puede. Y si no es así, que lo proclame bien alto en algún momento antes de las próximas elecciones vascas. No lo hará. Más allá de la hojarasca levantada por el vendaval de invectivas que se vienen dedicando socialistas y PNV en las últimas jornadas -que ambos necesitan para encorralar al ganado propio- revolotea una intención inconfesada o un cálculo electoral.

El PSE necesita picar en el electorado nacionalista para pasar al PNV en las urnas. Pero, una vez conseguido ese propósito, tendrá que apoyarse en algún otro grupo para gobernar. La intención no confesada sería reeditar el bipartito socialista-PNV de los años ochenta y noventa a pesar del engaño humillante que el PSE sufrió con los acuerdos de Lizarra de 1997. Pero el PNV tendría que aceptar un lendakari llamado López, una rueda de molino con la que difícilmente podría comulgar. O puede el PSE intentar un tripartido a la vasca con independentistas y eco-comunistas. La otra opción, el cálculo electoral, partiría de la convicción de que, tras la derrota por los pelos de 2001, una futura colaboración PSE-PP sólo puede prosperar a condición de que no se airee antes de las elecciones. Ojalá sea eso en lo que están pensando, pero ¿quién pone la mano el fuego? Sólo cabe pedir al PSE que, cuando sopese las opciones en caso de victoria electoral, no olvide a esas decenas de miles de conciudadanos condenados a una vida de parias. La mejor justicia que pueden recibir es que se envíe a la oposición a quienes convivieron cómodamente con esa ignominia.

Eduardo San Martín en Abc.

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