¿Alerta naranja? Yo no he sido
Las instituciones se acusan por la descoordinación ante el temporal - Los intermediarios de cada aviso se multiplican y complican un sistema que es sencillo, pero no siempre llega al ciudadano
Nieve, lluvia, viento: un plan tentador. Coinciden en ello los viajeros atrapados durante días en Barajas y los conductores que casi abandonan a sus familias para iniciar una nueva vida en carreteras aisladas; también los que se quedaron sin luz por el vendaval de esta semana. Uno de los regalos que deja el temporal es el espectáculo de las Administraciones acusándose mutuamente de inoperancia. El termómetro se ha helado tomando la temperatura de la coordinación estatal. Compañeros de bancada ministerial se han peleado para no ser ellos quienes se queden con la patata caliente.
Una porción importante de los coscorrones ha sido para la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). "Les invito a que miren las previsiones que ofrecieron ayer las televisiones", cargó la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, cuando le acusaron por permitir que las carreteras de medio país se convirtieran en una reserva de pingüinos. La Aemet ha tenido casi que pedir perdón porque todas las borrascas se le desviaban para ir a depositar su nieve a 50 kilómetros de donde estaba previsto.
El blanco ha sido el color de la temporada, pero amarillo y naranja se han ganado un sitio en periódicos, radios y televisiones. La paleta de colores que define las alarmas meteorológicas se ha convertido en parte sustancial del debate político y ciudadano. El Plan Nacional de Predicción de Meteorología Adversa (Meteoalerta) contempla cuatro niveles de alarma. Las cosas se ponen feas a partir del naranja, signo de un riesgo importante. El rojo es el plato fuerte del menú: riesgos meteorológicos extremos por su intensidad, infrecuencia y peligro. Para preservar su sabor apocalíptico, se recomienda no utilizarlo más de una vez al año. El naranja admite hasta cinco o seis usos. Con el amarillo es otra cosa: los mapas de Protección Civil se pintan con alegría de este color. Es una simple llamada para permanecer atento a la predicción meteorológica.
El lenguaje del semáforo se comenzó a utilizar oficialmente hace dos años. Es una de las innovaciones introducidas por el Meteoalerta, punto de encuentro entre la Aemet (dependiente del Ministerio de Medio Ambiente) y Protección Civil (Interior). Este plan de emergencia comprende alertas y planes de actuación para lluvias, nevadas, vientos, tormentas, temperaturas extremas, fenómenos costeros, tormentas de polvo, aludes, galernas cantábricas, rissagas en Baleares, nieblas, deshielos, olas de calor y de frío y tormentas tropicales. Casi nada.
El plan, común para toda Europa, lo impulsó la constatación de que comunicar a la población la cercanía de una alarma meteorológica resultaba más difícil que predecirla. Así, con los colores, la situación se vuelve cristalina: si hay alerta naranja, toca poner cadenas y preparar chaquetones. ¿O más bien beber mucha agua y no exponerse al sol? Todo depende de la estación del año y de los umbrales meteorológicos en cada provincia y comunidad. ¿Queda claro, no? Quizá no tanto.
Los umbrales se fijan siguiendo el principio de que una tormenta no es igual de peligrosa en el Levante -donde no se alcanzaría la alerta roja por lluvias hasta los 90 litros por metro cuadrado gracias a que sus infraestructuras y equipos de emergencia están preparadas para recibir cada año la gota fría- que en Melilla, donde unas precipitaciones de 70 litros por metro cuadrado en octubre sumieron a la ciudad autónoma en el caos.
La intervención ante una emergencia es competencia de las comunidades. Los protocolos de cada autonomía definen cómo se acomete la acción. Por ejemplo, Madrid maneja el Platercam, su propio plan para nevadas. Los gobiernos autonómicos introducen una nueva complicación: las alarmas de colores se convierten en alertas numéricas. Las alertas se fijan teniendo en cuenta elementos puntuales, como la cantidad de quitanieves disponibles, el nivel de los ríos... El resultado es una progresión de cero a cuatro. Nivel 0, preemergencia; nivel 1, el ayuntamiento de turno gestiona la situación; nivel 2, la ayuda de la comunidad es necesaria; y nivel 3, alarma nacional.
Cuando se considera que las situaciones constituyen alarmas nacionales, las comunidades piden ayuda urgente al Ministerio de Interior. En ese momento, además de fuerzas de seguridad y Protección Civil, Interior puede movilizar recursos de otros ministerios, como las Unidades Militares Especiales de Defensa.
A todo esto hay que añadirle los protocolos propios de muchas corporaciones de transportes y gestoras de infraestructuras. AENA o los ferrocarriles tienen los suyos propios. En la DGT, el negro es la cúspide y se alcanza cuando la carretera es intransitable. Luego siguen rojo, verde y amarillo. Toda esta ensalada de números y colores se baraja y se extiende sobre la mesa. El Ministerio de Interior reparte el juego.
Con estos mimbres, la coordinación no siempre resulta sencilla. Por ejemplo, en el caso de las emergencias en carreteras, hay muchos implicados. 26.000 kilómetros (el 15% del total) dependen de Fomento, los otros 140.000 kilómetros de los gobiernos autonómicos, diputaciones forales, consells... Ésa es una de las razones por las que, en su comparecencia de la semana pasada en el Congreso de los Diputados, la ministra Álvarez insistió en la necesidad de repartir responsabilidades. También apuntó la necesidad de fortalecer los sistemas de cooperación entre la Administración central y las autonomías, y establecer planes de acción más directos.
La eterna lucha de las competencias autonómicas produce situaciones difícilmente explicables. En el Departamento de Medio Ambiente y Vivienda de la Generalitat, responsable del Servei Metereològic de Catalunya, reconocen que no guardan absolutamente ningún contacto con la Aemet. Los partes de la agencia nacional llegan a la Generalitat y se van directamente a la papelera. También Galicia y País Vasco cuentan, además de con los correspondientes centros regionales del Aemet, con sus propias agencias meteorológicas. "Pero nosotros estamos obligados por ley a informarles", explica Ángel Rivero, portavoz de Aemet.
Otra cuestión fundamental es averiguar para qué sirven tantas alarmas si, a pesar de todo, los conductores se lanzan a las carreteras con nieve. El 26% reconoce en una encuesta del Real Automóvil Club de España (Race) que sale a carretera pese a los avisos. Ante el discreto éxito que ha tenido el dispositivo de alarmas, el ejecutivo ha anunciado que activará campañas de sensibilización más activas.
La cuestión es fundamental. Mientras las previsiones crecen en precisión, los ciudadanos se desentienden de los boletines o no comprenden qué significan. "El problema está en los sistemas de alerta, no en los de predicción. Ésa fue la gran lección del tsunami", dijo Francisco Cadarso, presidente de la Agencia Española de Meteorología, durante un ciclo de conferencias de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en 2007. "Las advertencias son útiles únicamente en caso de que la población las crea, comprenda y actúe al respecto", le apoyó Dieter Schiessl, director de la OMM, vinculada a Naciones Unidas.
No es una exageración. Cuando el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans, la falta de información emergió como una de las causas de la muerte de más de 1.800 personas.
Estados Unidos no estuvo informativamente a la altura de otros países habituados a sufrir huracanes. La contraposición con Cuba es inevitable. La isla caribeña informa puntualmente ante la proximidad de cualquier fenómeno meteorológico agresivo. Todos los movimientos de las tormentas se radian y los boletines informativos son continuos. A fuerza de escucharla, los niños conocen la escala de huracanes de Saffir-Simpson tan bien como la tabla de multiplicar. O mejor.
El sistema de difusión de información al ciudadano en España se basa en el libre albedrío. La Aemat tiene disponible en su web www.inforiesgos.es todas las alarmas y mapas posibles. Cualquier medio puede acceder a ellos y difundirlos. Sin embargo, mientras los avisos a instituciones y entidades están perfectamente regulados -con horarios, órdenes de boletines cada vez que la situación rebase un umbral...- la radiotelevisión pública es una de las pocas instituciones nacionales a las que Aemet no está obligada a distribuirle sus boletines.
RTVE tampoco está obligada a seguir ningún protocolo. La corporación defiende su cobertura meteorológica y matiza que es importante informar sin crear alarmas innecesarias. "Cuando ha sido preciso, hemos modificado nuestra programación con avances informativos y los contenidos de los espacios de noticias y de actualidad se han adecuado a lo que la situación demandaba", añade un portavoz. Tampoco renuncia al placer de cargar contra otros: "Un incremento de la prevención radica en un buen y detallado pronóstico, más que en una actualización minuto a minuto del fenómeno".
No se pueden crear paralelismos entre la cobertura que requiere un fenómeno tan grave como un huracán y una nevada, pero es cierto que el colapso de las infraestructuras españolas ante un fenómeno relativamente previsible como la nieve en los días más fríos del invierno puede ser poco tranquilizador ante una eventual catástrofe.
Previsiones desbordadas en Sant Boi
Los sistemas de previsión meteorológica son cada vez más precisos. Los datos que recopilan los satélites se complementan periódicamente con radares a pie de tierra y las mediciones de los centros regionales. Aun así, la infalibilidad queda aún lejos y los errores de los sistemas de alerta tienen a menudo consecuencias trágicas.
Cuatro niños murieron el sábado pasado cuando jugaban al béisbol en un campo de entrenamientos cubierto en la localidad catalana de Sant Boi (Baix Llobregat). El techo de la instalación deportiva saltó por los aires y el túnel de bateo se hundió bajo una avalancha de bloques de cemento.
El Servei Metereològic de Catalunya alertó el viernes a los servicios de emergencia de la Generalitat (CECAT) de los riesgos. El CECAT actúa apoyándose en las previsiones de este servicio y no toma en cuenta las del centro catalán de la agencia estatal Aemet. El CECAT avisó de la alerta por temporal al Ayuntamiento de Sant Boi, junto a todos los consistorios catalanes.
Los avisos comenzaron a llegar el mismo viernes por correo electrónico y fax. El boletín de emergencias señalaba que el viento representaba una alerta de nivel 1, es decir, una situación de riesgo con velocidades de hasta 90 kilómetros por hora. En ese momento, nadie previó que las puntas del vendaval alcanzarían los 150 kilómetros por hora. Esa velocidad se puede equiparar a un nivel 2: riesgo alto por vientos superiores a los 125 kilómetros por hora. Cinco minutos después del accidente, con la policía y los bomberos ya desescombrando, volvió a llegar el fax que alertaba sobre vientos de 90 kilómetros por hora.
Fuentes del ayuntamiento de Sant Boi insisten en que, con la información que manejaban, el accidente era inevitable. El dispositivo que activaron comprendió policías locales, bomberos y voluntarios de Protección Civil.
Lo máximo que se preveía eran desprendimientos de tejas y algún árbol derribado. "De haber sabido que el viento sería tan fuerte, habríamos activado un protocolo más exigente", explica la misma fuente. Eso habría incluido avisos a la población para que se resguardaran, llamamientos a colegios, anuncios radiofónicos, patrullajes...
Alarmas y planes de emergencia funcionaron regularmente, pero el vendaval había desbordado las previsiones. Todos los expertos en seguridad ciudadana consultados coinciden en que no hay culpables: las fuerzas de la naturaleza resultan imprevisibles. En privado, algunos responsables autonómicos apuntan que muchos ayuntamientos no siempre disponen de planes de actuación adecuados. En Sant Boi, para despejar cualquier duda, niegan que este sea
"La predicción siempre es una probabilidad", explica Ángel Rivera, portavoz de Aemet. Los boletines de información ya avisan sobre su carácter no infalible. Siempre se comprenden tres grados de probabilidad para cada fenómeno. Muy probable es el que pasará con un 70% de posibilidades; probable, entre un 40% y un 70%; posible, menos del 40%.
El País.
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