Crisis e información
Ampliar la cobertura de las noticias internacionales en un mundo interconectado puede resultar imprescindible para mejorar el entendimiento entre los países
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Durante una estancia reciente en China oí expresar la queja de que los medios de comunicación occidentales ofrecen una imagen distorsionada de lo que ocurre allí. Creo que hay algo de verdad en ello, pero no por los motivos que los miembros del Partido Comunista Chino y los internautas nacionalistas se imaginan. En realidad, no es más que un ejemplo de un problema internacional más amplio.
Los lectores de periódicos y telespectadores con un interés moderado por lo que sucede en China leen y ven seguramente, en su mayoría, un montón de noticias sobre Tíbet, el próximo aniversario de las protestas de 1989 en Tiananmen, la corrupción y el descontento popular. Ven menos historias sobre el grado de apoyo popular al régimen, los estudiantes brillantes que siguen afiliándose al Partido Comunista y los experimentos de reforma económica y política, sobre todo en el ámbito local y provincial.
Sin embargo, esa tendencia no se debe a una política ni a prejuicios anti China, como denuncian las autoridades chinas. Aunque a muchos de ellos les cueste creerlo, porque sus medios reflejan las posiciones políticas de su Estado unipartidista, los Gobiernos occidentales no tienen prácticamente nada que ver con ello. La causa fundamental reside en la economía y la dinámica profesional del negocio de la prensa comercial en Occidente, que está atravesando una de esas "tempestades de destrucción creativa" que, según Joseph Schumpeter, eran características del capitalismo.
En su feroz competencia por el favor de los lectores y los espectadores, los medios dominantes en Occidente tienden a aferrarse a unas cuantas noticias que les resultan familiares e interesantes. Hablan tanto de Tíbet no porque quieran criticar a China desde un punto de vista ideológico, sino porque a sus consumidores les fascina y les preocupa Tíbet. Es verdad que sus noticias sobre la política china suelen ser sensacionalistas y negativas, pero también suelen serlo sus noticias sobre la política interna de sus propios países. Quienes editan y seleccionan las noticias se limitan a seguir las normas de su negocio, que se rige por el mercado. Lo morboso vende. Un periódico que critica es un periódico que vende. Las buenas noticias no interesan. "Muchos ciudadanos chinos están moderadamente satisfechos con el ascenso de su nivel de vida" no es un titular que ayude a vender muchos ejemplares.
El problema general de las informaciones sobre China en los medios occidentales no es que sean negativas; es que son demasiado pocas, si se tiene en cuenta la importancia creciente de China y el hecho de que la cultura y la sociedad chinas son tan diferentes de las nuestras. Los medios occidentales no deben escribir menos sobre el Dalai Lama o el 4 de junio de 1989, pero sí deben escribir más sobre las demás noticias que constituyen el complejo drama que se desarrolla en China.
Por desgracia, la tendencia es la opuesta: menos noticias internacionales en los periódicos y los canales de televisión nacionales, que son los que lee y ve la mayoría de la gente. También aquí el motivo es sobre todo económico. Hacer información internacional es caro. A medida que caen los ingresos por publicidad, las delegaciones en el extranjero van cerrando. Es malo para la información, pero también para las relaciones internacionales.
En un magnífico ensayo publicado en The New Republic, el profesor de Princeton Paul Starr afirma que la información es un bien público. Cuando la gente tiene acceso a las noticias puede pedir cuentas a su Gobierno. La información, como el aire limpio y las buenas carreteras, es algo que no sólo beneficia a los que las pagan de manera directa. Y ese argumento me vale también para la política exterior. En el mundo interconectado de hoy es más importante que nunca que los países se entiendan entre sí. Para que haya ese entendimiento es preciso conocer las realidades sociales y las historias humanas individuales que constituyen la esencia de una corresponsalía en el extranjero. Si recibimos ese bien público en menor cantidad precisamente ahora que lo necesitamos más, los resultados no serán sólo deprimentes. Podrían ser claramente peligrosos.
Ante esta situación, como nos enseñó a preguntar el camarada Lenin, ¿qué hacer? Un ejemplo excelente de lo que no debe hacerse es lo que ha hecho el embajador chino ante la UE, Song Zhe. En un discurso citado hace poco en China Daily, el embajador Song decía que los corresponsales europeos y chinos "deberían ser más conscientes de su responsabilidad en el fomento de las relaciones entre China y la UE" y deberían "hacer que sus informaciones y comentarios promuevan el consenso, la confianza y la cooperación", además del "respeto a la teoría del desarrollo, la opción política y los valores culturales del otro". No. Ésa es quizá la tarea de los embajadores. Pero no de los periodistas y, sobre todo, no de los reporteros. Su trabajo es informar veraz, imparcial y gráficamente sobre lo que ven, oyen, huelen y leen. Contar las cosas tal como son. Es decir, para recordar una máxima china que le gustaba a Deng Xiaoping: "Buscar la verdad a partir de los hechos".
El antiguo responsable de la Oficina de Información del Consejo de Estado chino, Zhao Qizheng, escribe en un libro llamado One world, que acabo de leer en el vuelo de regreso de Pekín: "Cuando hablo con periodistas extranjeros les pido que sean lo más objetivos posibles al informar de China. Por ejemplo, en China hay muchos coches en las calles, pero mucha gente ignora las normas de tráfico y cruza cuando le parece. Ésos son hechos objetivos y hay que informar de ellos. En cambio, no se puede decir que China no tiene coches. Eso sería un error. Mientras cuenten la realidad, todo está bien".
Estoy más de acuerdo con la escuela de periodismo de Zhao que con la de Song; lo que hay que hacer es poner eso en práctica. Pero la verdad es que si uno está interesado y sabe dónde buscar, ya se está haciendo. Un par de horas en Internet, con unas cuantas pistas, permiten llegar a una auténtica cueva de Aladino llena de informaciones y análisis variados y detallados sobre China (prueben chinadigitaltimes.net y danwei.org como primeros abretesésamos). Muchas de las cosas que dicen no tienen el grado de comprobación ni el equilibrio profesional de un New York Times, pero están sujetas a otro tipo de escrutinio, el de los blogueros que señalan de forma despiadada lo que consideran errores, distorsiones y omisiones.
Mientras tanto, las grandes revistas occidentales como The Economist, The New Yorker y The Atlantic Monthly publican artículos largos, originales y llenos de datos perfectamente comprobados sobre China. Cuando estaba en Pekín, vi en BBC World News un reportaje fascinante sobre los agricultores de un pueblo que habían abandonado sus hogares rurales para ir a disfrutar del desarrollo urbano, porque les habían prometido una nueva escuela en la que educar a sus hijos para una vida mejor. Todavía no se había cumplido la promesa. ¿Tendenciosidad anti China? En absoluto. La BBC busca la verdad a partir de los hechos, y de esa forma mantiene alto el estandarte del pensamiento de Deng Xiaoping.
¿Cuál es la trampa entonces? En mi queja al principio de este artículo tenía cuidado de referirme a lo que la mayoría de los lectores y espectadores occidentales ve casi todo el tiempo. Starr, en su ensayo, hace una útil distinción entre la disponibilidad y el contacto. El material está disponible. Los ansiosos de noticias sobre China pueden disfrutar a diario. Lo que corre peligro es el contacto diario, general y casual con las noticias del mundo que se produce cuando uno hojea el periódico mientras desayuna (siempre que ese periódico no sea un tabloide sensacionalista).
No sirve de nada lamentarse por las glorias pasadas de una edad de oro -probablemente mítica- de los corresponsales en el extranjero. Se trata de descubrir cómo explotar hoy las tremendas posibilidades de los nuevos medios para que más gente pueda entrar en contacto más tiempo con noticias internacionales fiables e interesantes. De ello dependerá algo más que el futuro del periodismo. -
Timothy Garton Ash
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