Lo que cambia un lugar es la gente
El geógrafo-urbanista sir Peter Hall (Londres, 1932) ha dedicado su vida a estudiar las ciudades desde todos los ángulos posibles: demográfico, económico, geográfico, social, logístico o cultural. Es uno de los urbanistas que creó el nuevo Londres.
Autor de libros como Cities in civilization, estuvo ayer en Barcelona en la inauguración del Año Cerdà, programa que coordina el Centre de Cultura Contemporània (CCCB) que, precisamente, acaba de editar la conferencia que impartió allí en 2008 sobre el futuro de las ciudades europeas.
Hall dijo ayer que el urbanismo barcelonés desde finales de los ochenta hasta ahora ha sido la culminación del plan del Ensanche proyectado por Cerdà en la segunda mitad del XIX. Pero la nueva movilidad propiciada por el AVE abre, en su opinión, un cambio de escala que llevará a nuevas "áreas policéntricas de proyección regional".
Pregunta. ¿Los urbanistas descuidan factores al diseñar?
Respuesta. Sí. Para ser un excelente urbanista debes sobresalir en 30 asignaturas y ser notable en 80. Nadie puede abarcarlo. Por eso, todos los urbanismos tienen alguna carencia. A los arquitectos les preocupan los edificios, pero ignoran el conjunto. Los geógrafos son buenos analizando el marco general, pero se pierden en los temas estéticos. La solución es crear equipos.
P. ¿Qué cambia las ciudades?
R. Lo que cambia un lugar es la gente. Si su vida es buena, la ciudad es buena. Históricamente, la gente vivía en ciudades pasando hambre expuestos a peligros, pero no se iban. Hay un dicho medieval alemán: El aire de la ciudad hace libre. Es esa cualidad de dejar vivir lo que hace crecer las ciudades. Una ciudad permite la discreción y el anonimato.
P. Las personas hacen las ciudades, pero el anonimato es una cualidad impersonal.
R. Sí, pero sale de la relación entre las personas. Supongo que las mejores ciudades son las más civilizadas. Hoy ser civilizado incluye una palabra de moda pero esencial: la cohesión social. Para lograrla se deben integrar tradiciones y personas. Los buenos edificios pueden contribuir a esa integración de extraños, pero una buena vida urbana puede desarrollarse en todo tipo de situaciones físicas. No hay un modelo único. Londres y Barcelona son dos ejemplos muy distintos.
P. ¿No cree que Barcelona esté muriendo de éxito?
R. Es una manera agradable de morir. Muchas ciudades lo desearían. En Europa hay muchas urbes en declive porque nacieron para cumplir una función que ya no cumplen. Para sobrevivir deben encontrar otra. Londres y Barcelona lo han hecho. Han perdido la mayoría de su industria, pero han encontrado otras actividades.
P. ¿Cómo puede una ciudad encontrar una nueva función?
R. La economía evoluciona continuamente. Hoy las grandes ciudades no fabrican; piensan y organizan. Los trabajos de buena parte de ellas no son manuales sino cerebrales: procesamos información y utilizamos esa información para producir valor.
P. ¿Hay un límite al crecimiento de las ciudades?
R. Hemos llamado megaciudad regional policéntrica a un tipo de ciudad que deriva de una región que suma sus pueblos comunicándolos. Madrid se está convirtiendo en una ciudad muy compleja debido al desarrollo del sur.
P. ¿Qué cambios veremos?
R. Serán tremendos por el cambio climático. Habrá ciudades pequeñas y sostenibles. No creo en la densidad que muchos defienden. Es una excusa para seguir construyendo. Apuesto por ciudades pequeñas y bien conectadas que permitan una vida más limpia. El alcalde de Londres, Ken Livingstone, estaba obsesionado con la densidad. Pero no podemos dar cobijo al crecimiento de Londres sólo en Londres. Construimos un cinturón verde en torno a la ciudad, pero la gente lo salta constantemente. Ésa es la realidad. El Londres real no cabe en el terreno de la antigua capital.
P. ¿Cómo afecta la inmigración al diseño de las ciudades?
R. Las cambia poco físicamente y mucho socialmente. Los inmigrantes viven en el mismo tipo de vivienda que los locales. De otra manera y con otras densidades. Los sociólogos creen que representan un retorno a un esquema tradicional. Viven como lo hacíamos hace 100 años: con menos medios y más hijos. Los cambios culturales de la inmigración son profundos. Los urbanísticos, como mucho, resultan en un barrio chino, o hindú, que los locales visitan como algo exótico.
P. ¿Eso es integración?
R. Creo que no. Pero mi experiencia es que los inmigrantes se integran rápidamente a partir de la segunda generación. Es bueno evitar los guetos, pero si se integraran de manera homogénea sería muy aburrido. Se necesitan leyes que integren pero no borren.
P. ¿Cuál sería la traducción urbanística de esas leyes?
R. La movilidad. Las leyes deberían enfatizar la dispersión en los guetos. Pero al final ese trabajo lo hace el mercado. Si un inmigrante se enriquece se aleja del gueto. Busca otros vecinos.
Anatxu Zabalbeascoa en El País.
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