La certeza
Qué ciego estuve, habiendo como hay
tanta luz, tantos signos
que en todo instante la verdad nos dicen.
Hay que abrir los ojos para ver,
aguzar el oído
para oír lo que importa.
Cada vez se apodera
de mí con más pujanza y más dulzura
la certidumbre de que sólo hay vida.
¿Quién que respire y que haya acumulado
en su pecho alegrías y dolores,
noches y días, no intuye
–sin que por ello en ocasiones arda
esa lumbre con llama vacilante–
que no hay muerte que pueda
desdecir y anular eso que somos?
Canta en mi corazón una esperanza
que llena mi presente y me sostiene:
no, la muerte no mata; es también vida,
un misterioso trámite de sombras
que transforma lo vivo,
lo limpia y lo redime.
Eloy Sánchez Rosillo
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