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Ignacio, el peregrino

Ignacio, el peregrino


Con esta palabra se autodesigna Ignacio en su Autobiografía, también llamada por ello el “Relato del peregrino” y así firma alguna de sus cartas. No es ciertamente la imagen más frecuente con la que ha pasado Ignacio a la historia, porque tampoco ha sido la imagen más frecuente que ha circulado entre los mismos jesuitas. Y todo porque su Autobiografía fue rápidamente retirada y prohibida por razones internas no muy convincentes. No se edita –y en latín- hasta mediados del siglo XVIII, y no ve definitivamente la luz –en el original castellano-italiano- hasta comienzos del siglo XX. Será a partir de mediados de este siglo cuando empieza a estudiarse y divulgarse entre los jesuitas, y a ser considera una obra fundamental e imprescindible si se quiere conocer a fondo la personalidad de Ignacio. Esta imagen con la que Ignacio se describe a sí mismo –profundamente humana y sencilla- es muy distinta de la que fue brotando en otros círculos más o menos cercanos, de un Ignacio firme y severo, instigador en los ámbitos políticos y eclesiásticos y fundador de una gran Orden religiosa de carácter eminentemente militar… Nada de eso aparece en el sincerísimo relato que él hace de sí mismo. Fue, simplemente, un peregrino, desde su conversión hasta el final de su vida. Y lo fue, no sólo físicamente, por los miles y miles de kilómetros que recorrió, sino sobre todo por ese otro peregrinaje interior que le fue llevando desde el “hombre dado a las vanidades del mundo” hasta aquél que tuvo como único norte “la mayor gloria de Dios”.

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