Europa no quiere volver a Yalta
La intervención de la Rusia de Putin en Georgia representa un ataque frontal a la convivencia pacífica y al sistema de intervención multilateral defendido durante el último siglo
"Rusia recurre a los carros de combate. A Europa no se le dan bien los carros de combate. Pero se nos dan bien otras mil cosas, cada una de ellas, por su cuenta, más pequeña, blanda y lenta que un carro de combate, pero que, todas juntas, con tiempo y la perspectiva de la integración, pueden acabar siendo una fuerza más poderosa"
Mientras leen estas líneas, otro remoto rincón de Europa ha sufrido una limpieza étnica. Eso quiere decir jóvenes asesinados, ancianas arrojadas de los hogares en los que habían pasado toda su vida, sus pueblos saqueados e incendiados. Como ocurrió en Bosnia, hoy, en Osetia del Sur, las carnicerías las han llevado a cabo sobre todo milicias irregulares. "Hemos llevado a cabo unas operaciones de limpieza, sí", declaró el jefe miliciano capitán Elrus a Luke Harding, de The Guardian. Estos crímenes violentos se han cometido ante los ojos de soldados rusos, ahora recalificados de forma unilateral como fuerzas de paz mediante el sencillo método de ponerles unos cascos azules. La limpieza étnica se ha extendido a la zona de seguridad que ha establecido unilateralmente Rusia alrededor de Osetia del Sur, aprovechando una supuesta laguna en el acuerdo de alto el fuego logrado con la mediación del presidente Nicolas Sarkozy en nombre de la Unión Europea.
Estos hechos, presenciados sobre el terreno por valientes y minuciosos periodistas, dan la verdadera medida humana de la incapacidad de Europa para cumplir su promesa fundamental de mantener la paz, ni siquiera en su patio trasero. Dan también la medida del deliberado desafío estratégico de Rusia a la manera de hacer política y manejar las relaciones internacionales nacida a finales del siglo XX y representada por la UE. No debemos restar importancia a lo que significa este momento.
Hay que decir de inmediato dos cosas que complican la cuestión, pero que no le quitan validez. La primera, que, por muy grandes que fueran las provocaciones sobre el terreno, las autoridades de Georgia se comportaron de forma insensata y censurable al intensificar el conflicto en Osetia del Sur el 7 de agosto, al permitir que sus fuerzas matasen e hiriesen a civiles inocentes y al no prever la aplastante reacción militar de Rusia, a pesar de los indicios de que ya la habían ensayado. "No nos preparamos para una posibilidad de este tipo", confesó el viceministro georgiano de Defensa, Batu Kutelia. Qué idiotas y qué irresponsables.
La segunda, que la moribunda Administración de Bush se comportó con su incompetencia característica al permitir que el Gobierno de Georgia albergara incluso una sombra de esperanza de que la caballería estadounidense iba a acudir en ayuda de este aspirante a Israel en el Cáucaso. Parece ser que el Departamento de Estado transmitió varias advertencias en sentido contrario, pero otros sectores de este Gobierno disfuncional no actuaron con la misma claridad. El ridículo que despertó en todo el mundo la reacción indignada de Washington muestra, además, cuánta credibilidad ha perdido Estados Unidos debido a la invasión de Irak (no invadáis un país soberano; eso es lo que hacemos nosotros).
Es decir, tanto Tbilisi como Washington tienen algo de culpa. Ahora bien, atribuir responsabilidades a Estados Unidos (un deporte que se le da muy bien a los europeos) y a Georgia (un país lejano del que la mayoría de los europeos no sabe nada) no implica pasar por alto el desplante de Rusia a la manera de abordar los asuntos humanos que Europa occidental trata de emplear desde 1945 y el credo por el que la mayor parte de Europa se rige desde 1989.
Lo fundamental en este caso no es la "integridad territorial". La esencia de nuestra nueva forma europea de hacer las cosas es más bien una especie de integridad de procedimiento. Hay que respetar las fronteras de los Estados existentes, pero, en casos excepcionales, algunos territorios dentro de los Estados pueden negociar autonomías especiales o incluso votar para obtener la independencia, como Eslovaquia, Kosovo o tal vez Escocia algún día. Ahora bien, siempre con la condición de que se haga por medios pacíficos, mediante la negociación y el consenso, con la aprobación de las leyes nacionales e internacionales. El cómo importa más que el qué.
Ése es nuestro requisito fundamental, y la Rusia de Putin acaba de desafiarlo. Su mensaje es que el uso unilateral de la fuerza para propugnar los intereses nacionales es parte de lo que hacen las grandes potencias; que el orden posmoderno, multilateral y legal de la UE es un anacronismo pasajero del siglo XX; y que, en las antiguas palabras del diálogo de los melios de Tucídides, "los fuertes hacen lo que pueden y los débiles se someten".
¿Y cuál es la respuesta de Europa? El resultado de la cumbre de urgencia celebrada el lunes por la UE fue menos malo de lo que podía haber sido. A diferencia de la última cumbre de urgencia, celebrada hace cinco años a propósito de Irak, esta vez se mantuvo cierta unidad. Pero las medidas aprobadas son débiles. "Gracias a Dios que ha triunfado el sentido común", comentó un aparentemente satisfecho Vladímir Putin. Y la unidad en sí es débil. Sigue habiendo profundas diferencias de método que reflejan distintos grados de dependencia energética y distintas experiencias históricas de relación con Rusia. Moscú hará todo lo posible para explotar esas diferencias. El Izvestia del lunes tenía un fascinante mapa de colores de los Estados miembros de la UE divididos en cuatro categorías: Gran Bretaña y Polonia eran "críticos violentos", mientras que Alemania, Francia, Bélgica e Italia recibían la halagüeña etiqueta de "lobbistas de Moscú".
El tono de leve satisfacción en la rueda de prensa posterior a la cumbre, con Sarkozy y José Manuel Barroso, me pareció inapropiado. No se puede utilizar un tono así cuando, mientras tanto, hay mujeres y niños que están quedándose en la miseria, o en peor situación aún, en parte como consecuencia del fracaso de Europa. Una derrota no es una victoria. Y esta cumbre sólo podrá considerarse un triunfo si pone en marcha una revisión fundamental de la política de Europa respecto a Rusia.
Lo que nos hace falta es una estrategia de dos vías, que combine elementos de disuasión por la fuerza y habilidad diplomática, de guerra fría y de distensión. La opinión de Putin no es la única en Rusia. La esperanza de que se oyera pronto la del presidente Medvédev se ha desvanecido, pero hay otras, incluidas las que expresan en privado algunos capitalistas rusos preocupados. Debe quedar claro que sigue abierta la puerta a una relación estratégica como la que deseaba Occidente en los años noventa, con Rusia como nuevo pilar del orden internacional liberal.
Sin embargo, nuestra nueva hipótesis de trabajo debe ser que, en un futuro previsible, Rusia va a seguir siendo la Rusia de Putin: una potencia fuerte e implacable, decidida a reducir la influencia de Occidente y establecer su propia esfera de influencia de estilo decimonónico en el espacio pos-soviético. Y un país dispuesto a usar la violencia, la intimidación y la extorsión para hacer triunfar sus intereses nacionales, que, según su definición, incluyen la "protección" de millones de rusos en otros Estados soberanos situados alrededor de sus fronteras. Como en Crimea, por ejemplo, una parte del Estado soberano de Ucrania en la que algo más de la mitad de la población se define como rusa y el Kremlin tiene su flota del mar Negro anclada en Sebastopol.
"Yalta, cest fini", declaró Sarkozy en la rueda de prensa de Bruselas, en referencia a la supuesta división de Europa en dos esferas de influencia durante la conferencia de Yalta en 1945. Pero quizá está surgiendo otro tipo de Yalta en la ciudad del mismo nombre, situada en Crimea, y otras muchas como ella, en las que la Madre Rusia sueña con cuidar de los suyos. Europa debe hacer todo lo posible por Georgia, incluida una presencia visible sobre el terreno. Pero es mucho más importante, desde el punto de vista estratégico, lo que pueda hacer por Ucrania, un Estado grande y esencial que (a diferencia de Georgia) todavía controla, más o menos, todo el territorio dentro de sus fronteras.
El ministro británico de Exteriores, David Miliband, tuvo toda la razón al ir allí como respuesta a la crisis de Georgia. Ahora, la UE debería ofrecer a Ucrania un futuro claro de integración. Debería enviar a observadores, funcionarios, abogados, asesores policiales, especialistas en desarrollo que hablen ucranio y ruso, a que trabajen sobre el terreno, sobre todo en regiones como Crimea. Nuestra respuesta debe ser realista, no sólo en nuestra forma de juzgar a Rusia, sino también a la hora de valorar nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles. Rusia recurre a los carros de combate. A Europa no se le dan bien los carros de combate. Pero se nos dan bien otras mil cosas, cada una de ellas, por su cuenta, más pequeña, blanda y lenta que un carro de combate, pero que, todas juntas, con tiempo y la perspectiva de la integración, pueden acabar siendo una fuerza más poderosa. Este modelo europeo es el que está hoy a prueba.
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