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cuatrodecididos

cuentos

Escribe

Dice el maestro:

Escribe. Ya sea una carta o un diario,
o unas notas mientras hablas por teléfono,
pero escribe.

Escribir nos acerca a Dios y al prójimo.
Si quieres entender mejor tu papel en el mundo,
escribe. Procura plasmar tu alma por escrito,
aunque nadie lo lea; o, lo que es peor, aunque
alguien acabe leyendo lo que no querías.

El simple hecho de escribir nos ayuda a
organizar el pensamiento y a ver con claridad lo
que nos rodea. Un papel y un bolígrafo hacen
milagros, curan dolores, consolidan sueños,
llevan y traen esperanza perdida.

La palabra tiene poder.

Paulo Coelho

Esto... también pasará


Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

- Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total.

Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó.

Y éste le dijo: - No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje -el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-.

Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos.

Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso, simplemente decía: "ESTO... TAMBIÉN PASARÁ".

Mientras leía "esto... también pasará" sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.

Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:

- Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.

- ¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.

- Escucha -dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso.

No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto... también pasará", y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.

Entonces el anciano le dijo: - Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

A orillas del río piedra

A orillas del río piedra

... Sólo entendemos del todo el milagro de la vida cuando dejamos que suceda lo inesperado.

Todos los días Dios nos da, junto con el sol, un momento en el que es posible cambiar todo lo que nos hace infelices. Todos los días tratamos de fingir que no percibimos ese momento, que ese momento no existe, que hoy es igual que ayer y será igual que mañana. Pero quien presta atención a su día, descubre el instante mágico. Puede estar escondido en la hora en que metemos la llave en la puerta por la mañana, en el instante de silencio después del almuerzo, en las mil y una cosas que nos parecen iguales. Ese momento existe: un momento en el que toda la fuerza de las estrellas pasa a través de nosotros y nos permite hacer milagros.

La felicidad es a veces una bendición, pero por lo general es una conquista. El instante mágico del día nos ayuda a cambiar, nos hace ir en busca de nuestros sueños. Vamos a sufrir, vamos a tener momentos difíciles, vamos a afrontar muchas desilusiones..., pero todo es pasajero y no deja marcas. Y en el futuro podemos mirar hacia atrás con orgullo y fe.

Pobre del que tiene miedo de correr riesgos. Porque ése quizá no se decepcione nunca, ni tenga desilusiones, ni sufra como los que persiguen un sueño. Pero al mirar hacia atrás oirá que el corazón le dice: "¿Qué hiciste con los milagros que Dios sembró en tus días? ¿Qué hiciste con los talentos que tu maestro te confió? Los enterraste en el fondo de una cueva, porque tenías miedo de perderlos. Entonces, ésta es tu herencia: la certeza de que has desperdiciado tu vida".Pobre de quien escucha estas palabras. Porque entonces creerá en milagros, pero los instantes mágicos de su vida ya habrán pasado.

Paulo Coelho

Los tres hijos del rey

Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Poseía, además, muchas riquezas. Pero sobre todo un brillante de valor extraordinario, admirado en el mundo entero. Se iba haciendo anciano y se preguntaba así mismo para cuál de los tres hijos sería aquel brillante al repartir la herencia? Tuvo una idea: Sería para el que realizase la mayor hazaña en un día señalado...

Al llegar la noche del día siguiente, cada uno relató al rey su aventura vivida. El mayor había dado muerte al terrible dragón rojo que sembraba el pánico por todo el reino.

El segundo, con una pequeña daga, había vencido a diez hombre bien armados.

El tercero dijo:
- Salí esta mañana y encontré a mi mayor enemigo durmiendo al borde de un acantilado... Luché conmigo mismo y mis ganas de despeñarlo... y al final le dejé seguir durmiendo.

Entonces el rey se levantó del trono, abrazó a su hijo menor y le entregó el brillante.

Tony de Mello

Verdad

Un soldado que se encontraba en el frente fue rápidamente enviado a su casa, porque su padre se estaba muriendo. Hicieron con él una excepción, porque él era la única familia que tenía su padre.

Cuando entró en la Unidad de Cuidados Intensivos, se sorprendió al comprobar que aquel anciano semiinconsciente lleno de tubos no era su padre. Alquien había cometido un tremendo error al enviarle a él equivocadamente.

"¿Cuánto tiempo le queda de vida?", le preguntó al médico.

"Unas cuantas horas, a lo sumo. Ha llegado usted justo a tiempo".

El soldado pensó en el hijo de aquel hombre moribundo, que estaría luchando sabe Dios a cuántos kilómetros de allí. Luego pensó que aquel anciano estará aferrándose a la vida con la única esperanza de poder ver a su hijo antes de morir. Entonces se decidió: se inclinó hacia el moribundo, tomó una de sus manos y le dijo dulcemente: "Papá, estoy aquí; he vuelto".

El anciano se agarró con fuerza a la mano que se le ofrecía; sus ojos sin vida se abrieron para echar un último vistazo a su entorno; una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro, y así permaneció hasta que, al cabo de casi una hora, falleció pacíficamente.

Tony de Mello

Cambiar yo para que cambie el mundo

Cambiar yo para que cambie el mundo El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo:
"De joven yo era un revolucionario y mi
oración consistía en decir a Dios: `Señor,
dame fuerzas para cambiar el mundo´".
A medida que fui haciéndome adulto y
caí en la cuenta de que me había pasado
media vida sin haber logrado cambiar a
una sola alma, transforme mi oración y
comencé a decir: `Señor, dame la gracia
de transformar a cuantos entran en
contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi
familia y a mis amigos. Con eso
me doy por satisfecho´".

Ahora, que soy un viejo y tengo los días
contados, he empezado a comprender lo
estúpido que yo he sido. Mi única oración
es la siguiente: `Señor, dame la gracia de
cambiarme a mí mismo´. Si yo hubiera orado
de ese modo desde el principio, no habría
malgastado mi vida".


Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad.
Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.

Tony de Mello

Desprendimiento

"Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor.
Solicito permiso para salir a buscarlo".

"Permiso denegado", replicó el oficial. "No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto".

El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.

El oficial estaba furioso: "¡Ya le dije yo que había muerto!. ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?"

Y el soldado, moribundo, respondió: "¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré todavía estaba vivo y pudo decirme: "Jack, estaba seguro de que vendrías"".

Tony de Mello

Distinguir la noche del día

Preguntó un gurú a sus discípulos si sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.

Uno de ellos dijo: "Cuando ves un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo".
"No", dijo el gurú.

"Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o un anacardo".
"Tampoco", dijo el gurú.

"Está bien", dijeron los discípulos, "dinos cuándo es".
"Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano; cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aún es de noche".

Tony de Mello