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«La gente feliz está siempre enamorada»

«La gente feliz está siempre enamorada»

Punset y el amor...

Ni romántico ni culturalmente determinado. El amor es un instinto práctico. Pero su utilidad es de tal índole que de ella dependen nuestra felicidad y hasta nuestra supervivencia. En su próximo libro, y en esta entrevista, Eduardo Punset desmonta los tópicos que lo rodean.


Los tilos que ahora nos protegen del sol los plantó Eduardo Punset hace 30 años. «Lo que se reían mis hijas cuando me veían con apenas unos palitos y les decía, ‘un día os darán sombra’.» Elsa, la mediana de sus tres hijas y desde hace dos años su asistente, asiente sonriente mientras sus dos hijas corretean entre los árboles, ajenas al esfuerzo de su abuelo por ‘levantar’ esta magnífica masía del Ampurdán. Aquí recala entre viaje y viaje y escribe sus libros. Primero fue sobre la felicidad, ahora sobre el amor (Viaje al amor, ed. Destino), y habrá un tercero: sobre el poder. En su despacho, fotos y recuerdos de su época de ministro, en el Fondo Monetario Internacional... Dan ganas de hacer un repaso de su vida, pero no estamos aquí para hablar de política sino de aquello que más le gusta y a lo que se dedica en exclusiva desde hace 11 años: la divulgación científica. Así que vamos al grano.


XL Semanal. ¿Qué es el amor?
Eduardo Punset. Un instinto de supervivencia.

XL. Empezamos poco románticos...
E.P. Es que el amor tiene una explicación evolutiva muy precisa en nada vinculada al romanticismo. Es un instinto de superviviencia en el sentido de que ningún organismo intenta vivir solo. Hace 3.500 millones de años, la primera célula necesitaba que alguien la ayudara a respirar un aire que se estaba oxigenando y, por lo tanto, convirtiendo en letal. Así que si pasaba por allí otra célula `inmune al oxígeno, le pedía que se quedara con ella.

XL. Es lo que llama la fusión irrefrenable del otro, lo que nos lleva a que el amor es, antes que nada, práctico. Pero aclaremos una cuestión: ¿de qué amor hablamos? ¿Del amor en general, a nuestros padres, hermanos y amigos, o del amor de pareja?
E.P. La neurología moderna cuestiona estas distinciones. Los circuitos activados por el amor materno, fraternal o el amor romántico son los mismos. Es más, son los mismos circuitos para el amor que para el desamor. Lo que pasa en el cerebro del bebé al que dejan llorando en la cuna hasta que revienta es exactamente lo mismo que le pasa al adulto cuando ha perdido a su gran amor. Y lo más tremendo es que los recursos con que cuentan uno y otro son igual de insignificantes. El adulto no tiene más recursos para hacer frente al desamor que el bebé para sobrellevar el desamparo o el abandono de la madre.

XL. Hombre, algún recurso más tendrá, aunque sólo sea porque puede hablar...
E.P. Bueno, el adulto puede recurrir a terceras personas para que lo alivien, puede comunicar su sufrimiento, pero en realidad no le sirve de nada, porque en el enamorado se produce una especie de obnubilación, se activan unos mecanismos que llamamos los inhibidores latentes y que le `aislan´ de cualquier consejo exterior: no ve más que el amado, no ve sus defectos. En este sentido, la situación es la misma.

XL. Después de afirmar en su último libro que el alma está en el cerebro, ahora insiste con el amor...
E.P. Una de las grandes contribuciones de la neurología moderna, al disponer de la tecnología para estudiar neurona por neurona el mecanismo cerebral, es descubrir que todo está en el cerebro: el alma, las ideas, todo... Es imposible disociar materia e ideas. Y sí, el amor también está en el cerebro.

XL. Dice que uno envejece cuando deja de enamorarse. Es decir que si pudiésemos estar enamorados constantemente, no envejeceríamos. Ni los radicales libres, vamos...
E.P. Exacto. Digámoslo de otro modo: una forma de envejecer es no enamorándose. Esto es un proceso paralelo al equilibro que se rompe cuando llega la muerte. No hay un gen que diga «me voy a morir tal día a tal hora». Lo que hay es un equilibrio transitorio entre agresiones a la célula –vía contaminación, estrés, etc.– y la capacidad regeneradora de esa célula. Cuando este equilibro se rompe, termina la vida. Yo sugiero que el amor, lejos de ser una agresión, alimenta la capacidad regeneradora de la célula. Ahora sabemos que el estrés causado por una desgracia, aunque sea imaginada, reduce el volumen del hipocampo, un órgano central del cerebro para la memoria y para la planificación de la vida. Esto ya se ha podido medir.

XL. Pero el amor también estresa y el desamor ni le cuento...El desamor debe ser malísimo para la salud.
E.P. Lo bueno es que la persona tiene la posibilidad y el potencial para enamorarse de nuevo. Y, precisamente, uno de los grandes enigmas a los que me gustaría dedicar tiempo en el futuro es al análisis de la capacidad infinita de la gente para hacerse infeliz...

XL. ¿Y cuál es su sospecha?
E.P. La creencia generalizada es que esta capacidad arranca de las limitaciones humanas que nos llevan a inquietarnos por cosas que desconocemos y que, supuestamente, nos amenazan. La gente cree que es la falta de conocimiento lo que produce esta inseguridad y, por lo tanto, la infelicidad. Pero no es así. No hay más que hablar con los premios Nobel, y todos coinciden: el tiempo más feliz de sus vidas no fue cuando les dieron el premio, sino cuando estaban investigando; cuando no sabían, y sólo intuían que un problema tenía una solución.

XL. Pero más que el desconocimiento, lo que los hace felices a esos premios Nobel es la creencia de que pueden resolver el problema. Y lo que a uno le hace infeliz es estar convencido de que no lo puede resolver. Y, reconozcámoslo, es verdad que mucha gente no puede...
E.P. Aquí es donde llegamos al poder cáustico, aterrador, que tienen las convicciones, las creencias de la gente. Son inamovibles. En las escuelas, sumado a lo que enseñan, debería haber una asignatura que se llamara el `desaprendizaje´. O sea, una materia que enseñara a la gente a desaprender aquello que le han inculcado y es falso.

XL. ¿Por qué tenemos esas creencias tan arraigadas?
E.P. No sé, pero ocurre, y en el amor lo ves continuamente. Hoy en día, un ejecutivo no puede dedicar el tiempo que en mi época dedicábamos a cortejar a la persona amada, y, sin embargo, ‘flipas’ con qué fuerza persisten los rituales. Aún hoy hay que tomar café varias semanas, respetar ciertos códigos... La incomunicación entre los humanos es sideral. Vivimos apelotonados, pero igual que las estrellas parecen apelotonadas y las distancias son siderales -tanto que si tiras al firmamento una bola del tamaño de la Tierra la posibilidad de que choque con algo es nula-, aquí la gente no se da cuenta de la gran distancia que separa a una persona de otra. Y menos aún de lo difícil que es la comunicación de una comunidad andante de células con otra comunidad andante de células, que es lo que somos.

XL. ¿De quién nos enamoramos? ¿Nos enamora la juventud, la capidad reproductiva, la protección..?
E.P. Lo más sencillo es mirar la evolución, lo que pasaba hace millones de años. Con una esperanza de vida de tan sólo 30 -y eso lo hemos superado hace apenas un siglo y medio-, ser joven era fundamental. Los rasgos característicos de la juventud, es lógico, han quedado en los genes como uno de los criterios a seguir a la hora de elegir pareja. La segunda razón evolutiva era la simetría. Una persona con las facciones más simétricas, con un nivel de mutaciones lesivas inferior al promedio, con menos tortuosidades, está indicando que su metabolismo funciona. Y cuando ves una cara así, un cuerpo así, es cuando exclamas: «¡Dios mío, qué belleza!».

XL. Su libro destaca la diferencia de intereses entre el hombre y la mujer y señala que los métodos de ella son más ‘elaborados’: sexualmente, él `dispara´ a todo lo que se mueve, ella selecciona; operativamente, la hembra incluso oculta su ovulación para tener ‘cogido’ al macho... Se presenta a las mujeres como inteligentes pero ‘retorciadas’, lo que, sin duda, le gustará leer a más de uno. ¿Es más sibilino el proceso de selección de la mujer que el del hombre?
E.P. Claro, pero por una razón muy sencilla: el hombre es más simple.

XL. ¿Puede afirmarlo científicamente?
E.P. Por supuesto, es absolutamente científico. Hay muchos estudios, pero no hay más que andar por la calle. La mujer de hoy no se parece en nada a la Lucy de hace dos millones de años, el primer fósil femenino con el que contamos. Mientras que -con perdón- el parecido entre un hombre y un chimpancé sigue siendo muy común. El distanciamiento fisiológico ha sido menor. Además, evolutivamente, el hombre lidiaba con sistemas inertes, para predecir la climatología, para cazar, mientras que la mujer, que estaba recluida para cuidar de la prole, trataba con sistemas vivos. Ella estaba mucho más acostumbrada a predecir el comportamiento porque tenía que intuir lo que pasaba por la cabeza del niño para poder cuidarlo. Y esto ha hecho que incluso las más feministas hoy deban aceptar que la capacidad de empatía de la mujer, el saber ponerse en el lugar del otro, es mayor.

XL. ¿Eso le da más ventaja evolutiva al hombre o a la mujer?
E.P. A la mujer. Y eso lo vemos en las empresas. La incorproación de la mujer al trabajo se nota en dos cosas: una, de detalle, es que ellas no esperan a que el jefe se vaya para irse a casa. La segunda, más seria, es que ningún departamento de relaciones laborales se plantea hoy gestionar los recursos humanos sin considerar las emociones.

XL. Otro asunto susceptible de polémica en su libro es el que se refiere a la diferencia entre hombres y mujeres en cuanto al deseo sexual, mucho mayor en ellos...
E.P. Vamos al principio: el óvulo es una célula mil veces más sofisticada y hermosa que el espermatozoide. Segundo punto: durante mucho tiempo nos hemos preguntado cuál era la función evolutiva del orgasmo. Puesto que se podía tener descendencia sin orgasmo, ¿por qué tenerlo? Ahora sabemos que sí tiene una función evolutiva: produce unas contracciones que ayudan a la absorción del esperma por la mujer. Tercer punto: para que ellas alcancen el orgasmo, es necesaria una inhibición emotiva. Al contrario de lo que ocurre en el varón, en la mujer debe haber una desconexión con las grandes angustias, ansiedades y problemas. Dicho esto, quiero aclarar que hablo de promedios; hay individualidades a las que no les pasa nada similar. Pero lo que está demostrado en laboratorio es que el espacio reservado en el cerebro al sexo es dos veces y media superior en el hombre que en la mujer.

XL. Y, sin embargo, se afirma que la mujer tiene más sexo con la cabeza, con el cerebro, que con el cuerpo...
E.P. Esto lo acaban de descubrir quienes buscaban una viagra para la mujer: no es posible porque ella tiene una libido eminentemente mental.

XL. Pues si además tiene poco espacio en el cebrero para el sexo, cuenta con pocas posibilidades de disfrutar...
E.P. No, para nada. Intento decir que, aun dándose todas las condiciones físicas, puede ocurrir que la mujer no esté predispuesta para el sexo. Eso no ocurre con el hombre, que tiene una respuesta física. Vale con una pastilla...

XL. En el libro se habla de las alteraciones de ciertas sustancias en el organismo durante el proceso amoroso. Cuando te enamoras, sube la oxitocina. ¿Es posible enamorar a alguien modificando su química? ¿Existe la pócima del amor, al estilo Celestina?
E.P. [Risas]. Ya existe el prozac, que se receta para la depresión en función de la serotonina. No es difícil imaginar que se puedan administrar hormonas como la oxitocina vinculadas al mecanismo amoroso.

XL. Si tomo prozac, me deprimo menos, ¿si tomo oxitocina, me enamoro más?
E.P. Por ahora, lo que sabemos es que cuando se hace el amor aumentan las descargas de oxitocina. El reverso está por comprobar. En los próximos diez años se va a investigar muchísimo en este campo y podría ser que utilizáramos fármacos para regular la intensidad de los mecanismos amorosos. Podría ser.

XL. ¿Sin sexo, el amor se deteriora? ¿Hay una relación directa entre sexo y amor?
E.P. ¿Hay alguien que piense que no guardan relación?

XL. Pues sí... existe el amor platónico.
E.P. Esto es lo de Werther de Goethe, el personaje que creía en el amor romántico, puro y duro, sin sexo... y acabó suicidándose.

XL. Pero se puede estar enamorado sin sexo.
E.P. Sí, vale, pero el amor realmente no culmina sin contacto físico.

XL. Hablemos de otro contacto físico: el de madre e hijo. Insiste mucho en esto para el correcto desarrollo afectivo posterior.
E.P. Lo hemos comprobado con ratitas. Las acariciadas por su madre generaban una autoestima y una seguridad mucho mayor que las que no lo eran. Si hay algo en el libro en lo que no me puedo equivocar es en aconsejar a las madres que acaricien, palpen y besuqueen a sus hijos.

XL. Hay un concepto en este sentido que quizá merezca atención: la inversión parental. Lo que se sacrifica o no en la pareja por tener hijos...
E.P. Me explico: para una relación de pareja hace falta un soporte material, un escenario, y eso exige una inversión. Hijos, relaciones sociales, hipotecas... Tienes que invertir para crear un gran amor. Y ahí puede fallar todo. Hay una primera etapa en la relación, perecedera, y que no plantea grandes problemas: la fusión amorosa, y pasa casi toda en la cama. Luego viene la etapa de los compromisos y aquí entra el coste-eficacia de los economistas. La negociación puede ser inconsciente pero es determinante. Se trata de pactar los márgenes de libertad individual. Muchas parejas se van al traste porque no ha habido esa negociación. O por una excesiva inversión parental: por ejemplo, muchos hijos. En Occidente está cifrado en dos hijos. Tener más de un par es malo para el amor, grava en exceso la inversión parental. Hablamos de promedios, insisto. Pero es evidente que seis hijos plantean mucho más compromiso y es posible que la pareja sufra más.

XL. Para criar un hijo se necesitan dos, dice. ¿Qué pasa con las cada día más comunes familias monoparentales?
E.P. Las hay, pero ¡con qué sacrificio social tan enorme, impuesto al monopariente y al niño! Sobre todo, mientras el estado no compense este cambio de situación. Los niños dejados a un canguro o a sí mismos generan unos niveles de inseguridad mayores, que a su vez se van a trasladar a sus propios hijos. Insisto en que hablamos de promedios. Habrá excepciones.

XL. «El amor se encarga de eliminar el pensamiento consciente.» ¿El amor te vuelve loco?
E.P. Cuando en la evolución humana se va perfilando la conciencia de uno mismo y la capacidad de gestionar nuestras emociones, lo que sucede es que tú podrías decidir, por ejemplo, no contaminarte con designios evolutivos como el de la procreación. Es decir, podrías decir: no tengo hijos. Y es muy probable que la evolución misma generara el antídoto del obnubilamiento amoroso. En un momento dado, a pesar de la conciencia, caes enamorado, ciego. Digamos que el amor evita que la conciencia haga desatinos biológicos.

XL. ¿Está usted enamorado?
E.P. No en este momento, pero debe ser más por falta de tiempo que de estímulo exterior [risas].

XL. Sin embargo, en el libro cuenta algunas de sus relaciones y se intuye que es una persona ‘enamoradiza’...
E.P. Yo he vivido muchas historias de amor. De manera intermitente, la gente feliz está siempre enamorada. La capacidad de amar tiene que ver con la seguridad en ti mismo y con la curiosidad. Y yo tengo una curiosidad enfermiza.

El Semanal

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