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En el Corazón de Arrupe

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por Graciela Amo (Entreculturas)

En estos dias celebramos que hace 100 años nació Pedro Arrupe. Sí, esa persona que cantaba zortzikos como un bilbaíno y servía té como un japonés.

El hombre que, viendo huir a miles de vietnamitas de la guerra sufriendo en los frágiles “cayucos” en que se arriesgaban y perdían la vida, “se le movió su corazón” y, no tranquilo con sus solas lágrimas, movilizó a la Compañía de Jesús para que dedicara a sus mejores hombres a gastar la vida con los más vulnerables entre los vulnerables. Así nació el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS).

Éste es mi testimonio de este verano con el JRS: “ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA”.

Hace ya tres meses que he vuelto de Kiziba (Rwanda) y mi reloj interno marca cada día las 06:30h, el momento en que allí amanece y, con la luz del sol, llegan los tres coches del JRS subiendo a los maestros y trabajadores sociales que acompañan, sirven y defienden a las casi 18.000 personas refugiadas que viven en el campo. Hace ya tres meses que he vuelto de Kiziba y mi reloj interno nota la llegada de las 18:35, hora en la que todo el año, inexorablemente, se pone el sol en el campo. Las personas del JRS bajan del campo con la llegada (¡tan rápida en el ecuador!) de la oscuridad. Y allí quedan las doce horas siguientes las casi 18.000 personas refugiadas que viven en el campo.

¿Qué fue lo que me llevó a Kiziba?, ¿por qué, desde hace tanto tiempo, mi imaginación y mi corazón se conmueven con los millones de personas que, dejando todo lo que tienen, se lanzan a los caminos huyendo de la guerra, del hambre, de las matanzas? Sólo el hambre y la sed de justicia. Y el entusiasmo que provoca en mí la misión del JRS: acompañar, servir, defender. Esa llamada tan clara a ser “otros Cristos”.

Los hombres, mujeres y ancianos llegaron a Kiziba hace más de doce años. Vienen de R. D. del Congo, huyendo de un genocidio que en 1994 acabó con la vida de 3,5 millones de personas. Congo no los quiere, ni garantiza su seguridad si vuelven. Rwanda no los quiere, ni les permite integrarse.

Allí han nacido los miles de adolescentes y niños que no conocen otra realidad, que dependen para todo de la ayuda externa. Y que se ríen, cantan y bailan sin parar, juegan con cualquier caja o plástico, estudian y preparan sus exámenes, se enamoran, se casan y tienen hijos que siguen creando vida. Porque, ¡hay tanta vida allí arriba, hay tanta alegría!

Hay muchos momentos en mi vida en que algún pasaje del Evangelio ha acompañado mi camino. El lavatorio de pies, siempre. Las bienaventuranzas, siempre. En Kiziba sólo he oído una voz, una voz fuerte y clara, que no se acalla, que no me deja. Es Yahvé hablándole a Moisés en la zarza que arde sin consumirse: “He visto el dolor de mi pueblo y he escuchado su clamor. Ve, yo te envío para que liberes a mi pueblo”.

pastoralsj.org

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